La vida social en Iquique durante los años 60 estuvo influenciada por varios factores, como la actividad minera, la migración y la música popular de la época. Esto atrajo a personas de diferentes regiones de Chile y del extranjero, creando una mezcla cultural diversa. Se respiraba un ambiente cálido, tranquilo de una quietud sin igual en una ciudad pequeña donde todos sus habitantes se conocen, se estrechan la mano y se saludan con un beso. Las casas se dejan con la puerta trancada con una piedra, los vecinos esperan el atardecer afuera de sus casas. Los clubes sociales y deportivos eran populares entre los residentes, proporcionando lugares de encuentro para actividades recreativas y sociales. La música era una parte integral de la vida social en Iquique en los años 60. Se escuchaba una variedad de géneros, desde música folclórica chilena hasta música internacional popular, como el rock and roll y la música latinoamericana. Los bailes y las fiestas eran comunes, y la música en vivo era una forma importante de entretenimiento.
Mi tata en esos años trabajaba en la guanera «Punta de Lobos», una antigua instalación de extracción de guano ubicada en la región de Iquique, en la costa norte de Chile. Al igual que otras guaneras en la zona, se estableció durante el siglo XIX, para explotar el guano de las aves marinas que habitaban en la costa. Este guano era un valioso fertilizante utilizado en la agricultura en esa época. Aunque hoy en día la actividad en la Guanera ‘Punta de Lobos» ha disminuido, sigue siendo parte importante del patrimonio histórico y natural de la región.
Después de vivir por más de 10 años en calle Orella 1212; a mi tata lo trasladan a fines de la década de los 60 a la casa de Aníbal Pinto entre Bolívar y calle San Martín a vivir con su familia por el hecho de ser funcionario de la «Sociedad Chilena de Fertilizantes» y administrador de las covaderas » Pabellón de Pica», » Punta de Lobos» y » Patache». La mudanza a este palacio histórico no fue un tema fácil; los muebles y el gran piano de cola de mamá dificultó su transporte por esa gran escalera. Digo esto, ya que la residencia de los «Torrico Pizarro» sólo estaba asignada al segundo piso. En el primer piso funcionaban las oficinas de de dicha sociedad. Colindante a Aníbal Pinto, vivía don Dagoberto González funcionario de fertilizantes y gran amigo de mi tata. Ambos estrecharon una linda amistad que traspasaba el ámbito del trabajo, las familias compartían cenas, almuerzos, tertulias, serenatas bajo los acordes de la enamorada de mi abuelo; la mandolina. Oscar, hijo de Dagoberto recuerda con emoción jugar a la pelota en la cancha de baby del puerto, ir a sacar camarones a los turrones, subirse al tren de la felicidad, con una montonera de amigos del barrio de Aníbal Pinto.
Estos intrépidos amigos se iban a tomar una cañita, una Pilsener al «Triángulo de las Bermudas», donde estaban «El Bar Inglés», el «American Bar» y el «Bar California», toda vez constituían los vértices de un triángulo donde los iquiqueños de antaño se perdían. La gallada recuerda con risas que parroquianos, artistas, tripulantes, contadores, funcionarios públicos, estibadores y funcionarios de la Sociedad de Fertilizantes se dejaban atrapar por el misterio de este triángulo construido con tablas de pino oregón. Cuántos secretos se fueron a la tumba en la bohemia iquiqueña, pero lo que nunca pereció fue la amistad de estos dos grandes amigos, leales a la palabra y al apretón de manos en medio de la contienda.
Las vueltas de la vida, la bella nieta de don Dagoberto es amiga y ex compañera de universidad. Compartimos los mismos sentimientos y nostalgia por el amor que nuestros respectivos abuelos profesaron en las covaderas de Iquique.
Saben, miro la fotografía y me detengo en contemplar a mi tata y constato que ese caballero, chiquito, morenito, músico, ingeniero, masón, radical y presidente del Club Rápido es el responsable de mi pasión por los rincones de antaño y su eterna mandolina amenizando un malón de los recuerdos o una serenata. Las canciones más bellas y sublimes surcaron entre sus cuerdas, tales como «Historia de un amor», » Besame», » La Hiedra», «El Reloj», «Inolvidable» y mi canción favorita «No me platiques más», del gran Lucho Gatica. Me quedaría atrapada y suspendida en esos años, en esas fiestas de tanta alegría y comunión familiar entre las familias de Dagoberto y mi tata Domingo. Bailando al compás de la música de la Nueva Ola, tango, vals y de mis adorados «boleros», esos que son la banda sonora de los inexpugnables senderos.
Sonia Pereira Torrico
(Foto captada en 1968)
