Hoy tenemos una tremenda crisis de participación cívica en nuestro país.
Es cuestión de revisar las cifras de porcentajes de participación en las últimas votaciones presidenciales y darnos cuenta que, por ejemplo, nuestros presidentes han sido elegidos adjudicándose solamente el 30% del padrón electoral.
En efecto, el Presidente Boric ganó con los votos del 56% de las personas que votaron, lo cual se traduce en que fue elegido con el 30% del padrón total de Chile.
Ello debido a que votó solamente el 55% de las personas con derecho a voto. Es decir, gana con el 56% del 55%.
Un gran problema porque al momento de administrar el país, los elegidos están permanentemente en la mira de todos aquellos que votaron en su contra y, obviamente, de todos los que no votaron en su oportunidad. ¿Es democracia u oportunidad?
En consecuencia, no se trata solamente de una crisis de participación e interés cívico, sino que también, más problemático aún, se trata de que después de ser elegidos no tienen legitimidad para administrar la nación ni los problemas de la sociedad.
Sin ir más lejos, en el caso particular de la región de Tarapacá, los senadores elegidos ganaron sus escaños con no más del 12 % del padrón regional.
Lo mismo ocurre con los diputados elegidos: sus elecciones no superan el 4% del padrón total.
¿Hasta que punto son representativos entonces?
Los resultados y el proceso hacen pensar que nuestras autoridades, elegidas democráticamente, no tienen representatividad alguna, pero no es culpa de ellos, es culpa también del sistema y de la ciudadanía, la cual, de manera irresponsable no acude a votar.
Con los exiguos resultados en cuantía de votos, me parece que están al filo de la representatividad. Y me parece también que por una cuestión moral, en los procesos y propuestas a la ciudadanía, todos aquellos que postulan a estos altos cargos deberían esforzarse bastante más en las propuestas que realizan, para que a través de ellas y en el contexto de elecciones no obligatorias, atraigan efectivamente más votantes. Es decir, sintonizar con los problemas reales de la gente y sin teorizar al respecto, y muchos menos, planificar desde los escritorios de las oficinas territoriales.
A veces, queda la sensación de que más allá de sus participaciones por profundas convicciones de altruismo, éstas pudieran tener sus orígenes en que la política se ha convertido en una oportunidad para ganar status y dinero, en un empleo asegurado por varios años, en el que se trata de negociar primero y que los efectos que provocan en sus electores y el resto de la ciudadanía, sea simplemente una segunda derivada.
Finalmente, y sin pretender ahondar más en este aspecto, creo que algo positivo del próximo plebiscito de salida en el que se juega una nueva Carta Magna, al menos, será que nos haga retomar nuestro interés en la participación cívica, perdida hace muchos años desde que se liberó la obligación de votar.
Hernán Cortez Baldassano
Ingeniero Civil
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