No sé si es bueno regresar con tanta fluidez al pasado, la única certeza que tengo es que pensar en el futuro me agobia en demasía. Todo tiempo pasado fue mejor dijo el gran Ernesto Sabato. Enfatizaba que vivir consiste en recordar futuros recuerdos.
La segunda mitad del siglo XIX es un período de gran expansión en la región de Tarapacá, tanto en la explotación del nitrato como en el crecimiento de la ciudad de Iquique. Esto, a pesar de que ocurren dos terremotos (en lo años 1868 y 1877) y dos grandes incendios (entre 1880 y 1885) que destruyen un importante número de manzanas del centro de la misma. Sin embargo, son los últimos años del siglo pasado y las dos primeras décadas de éste los de mayor auge, y los que dan a Iquique la impronta arquitectónica y urbana que conserva hasta el día de hoy. El material empleado para su construcción es el pino Oregón en toda su extensión.
La tienda «La Riviera», ubicada en calle Tarapacá entre Ramírez y Vivar fue una casa de enormes dormitorios con techos muy altos, así como pellizcando la luna, muy cómoda, espaciosa y linda vista a la Plaza Condell («La plaza de los jubilados»). Después con los años la casa la adquirió la familia Solari Repetto y actualmente está instalado un retail de cobertura nacional.
Me recuerda a la casa mágica donde vivió Anita Carvajal, en calle Pedro Lagos 876, ubicada en el barrio de madera, también a la casa de mi abuelo en calle Sargento Aldea, al frente del supermercado La Vega, con una mampara, ventanas altas, un largo pasillo encerado y grandes habitaciones también pellizcando la luna.
La familia Solari atendía está prestigiosa tienda. Y desde que tengo uso de memoria, los recuerdos se diluyen como las migas de pan esparcidas en la glorieta de la ex plaza arbolada, cursando sexto básico en el año 1988. Creo que tenía 11 años y pico, todavía viendo los monitos del mediodía, pero llamándome poderosamente la atención el gusto por la ropa. La abuelita enfermera me había contado que al recibir el sueldo en sus años mozos, iba raudamente a la Casa Francesa por vestidos, enaguas, mañanitas, zapatos y abrigos para su madre Rosita, la tía María y su hermanita Irma. Que lujo, que honor ser la proveedora del hogar, una mujer adelantada del siglo pasado y darte esos placeres materiales sin darle explicaciones a nadie. Bueno, les contaré mis queridos lectores, que esa herencia bendita corre por mis venas. La frase «Como yo me lo merezco» la llevo tatuada en mi piel, como el vals de Iquique y la melcocha tiraneña. Desde los 12 años me encantaba vitrinear con las amigas por las distintas boutiques y las tiendas tales como «Casa Malagarriga», «Vildoso», «La Liguria», «Calzados Pose», «La Joven Ideal’ y «Tiendas Arthurs». Sin embargo, un misterio de larga data fue evitar comprar ropa topísima en la tienda «Tita Sport». Según la leyenda urbana, era pirula y muy cara. Como era una niña obediente, ni me asomaba por la vitrina de calle Ramírez. Aunque no podía negar, dejarme hechizar en fracción de segundos por un chaleco marca Maui o Fruit of the Loom. Ser o no ser la guardiana de este mito me resultaba comprometedor, así que decidí seguir por el camino de la moda por las atávicas calles iquiqueñas. A veces realizábamos una pausa con un recorte de chumbeque y una chuzmiza papaya en la «Plaza de los jubilados». Aún estaba el señor de la cámara de cajón y un montón de palomas revoloteando a su rededor, también los abuelitos de terno y corbata recién pagados conversando y con el diario en la mano. Ellos contaban de su pasado salitrero como calichero, derripiador, futbolista o boxeador. Dejaba de oírlos cuando pasaba abruptamente el querido Manolito vestido de escolar dirigiéndose a algún colegio local. Desde la plaza a calle Tarapacá, se vislumbraban copiosamente las micros y los colectivos. Esos marca Hyundai, modelo Pony, eran veloces, los Mazda, modelo Demio, de hoy. El pasaje costaba 50 pesos, el doble de mi recorte que me estaba comiendo. Terminé de saborear el último bocadito y crucé directamente a mi destino: «Tienda La Riviera», la tienda de los amigos de mamá. Ellos ya me conocían, ya que mamá era una clienta de años. Me quedé embelesada con los vestidos estampados, pantalones amasados, suspensores, zapatillas con caña, zapatos pluma, calcetines de colores, polerones Ocean Pacific y los jeans marca Fiorucci. Inevitable no acordarme de las frases de mi santa abuelita. Sentía que merecía cada prenda, pero comprendía que debía ir de a poco, cuota a cuota y no devorarme el mundo en un segundo. Por lo pronto, compré un cuchuflí barquillo en las afueras de la tienda y le conté a mamá que para mi cumpleaños quería un vestido de algodón rosado más una chaqueta de mezclilla. Ella me respondió, con esa voz cantadita: Ya hijita, lo «sacaré al lapi», donde mi amigo Arturo Solari. Le comentaba a la madrecita, la ropa linda que estaba en la vitrina. También de sus estanterías con olor a pino Oregón, en cuyo interior había ropa interior muy fina. Mi abuelita me compraba cada dos meses un par de calcetines de hilo, afirmaba ella, que así los piecitos no se dañaban. Pasaron los años y en los 90 siguieron funcionando varias tiendas, entre ellas: Casa Francesa, La Confianza y La Riviera. Apareció el retail con el cambio de milenio y lo que fue la otrora recova y municipalidad, hoy está construido el mega Ripley. En La joven Ideal está Corona y en La Riviera; Fashion Park. Se hace necesario mantener la fachada de estas casas o parte de ella, de los edificios que siguen sobreviviendo, como reconocimiento o valoración de la memoria tarapaqueña así como se hizo recientemente con la Compañía Española de Bomberos de Iquique N 1, en calidad de monumento nacional.
A veces me siento perdida entre las calles amables, no conozco a nadie, ni siquiera tengo la sombra de un arbolito de la plaza de los abuelitos. El aroma al perfume marino se nubla con la invasión de comidas fritas. Muchos han partido, mis padres por ejemplo, seres queridos de la familia Solari, conocidos vecinos de barrios antiguos como la señora Ángela Yovich; vecina emblemática del histórico Barrio El Colorado y devota inclaudicable del Patrono San Pedro. También han emprendido el vuelo personajes tan queridos como Campanita, Chiricaco y el inolvidable vendedor del cuchuflí barquillo que se instalaba afuera de La Riviera todas las mañanas. Quedan las memorias, las risas, los momentos y los paseos eternos con los cariños verdaderos, tomando una leche con mango por las calles de mi amado Puerto.
Sonia Pereira Torrico