Hay varios monumentos históricos en la ciudad de Iquique, entre ellos: La Torre del reloj , el teatro municipal, el Edificio de la Aduana, los restos naúfragos de la Corbeta Esmeralda , la Estación de Ferrocarril de Iquique a Pueblo Hundido, la Catedral, el Palacio Astoreca y la desaparecida Iglesia San Francisco, inmueble arrasado por las llamas el reciente 11 de octubre. El incendio ha sido calificado como “una catástrofe para la región”, toda vez que representaba un símbolo de la herencia religiosa e histórica.
Iquique progresa hacia donde el mercado inmobiliario nos lleva y no a donde nosotros, como iquiqueños, queremos”, señala el Premio Nacional de Historia, Sergio González Miranda.
Creo que tenía como 7 años cuando tomé conciencia y sentido espacial que vivía en la ciudad de Iquique . Es a partir de 1984 aprox. que mi memoria emotiva comienza a desarrollarse y activarse en detalles, palabras, mensajes, imágenes , aromas, colores , costumbres y alegrías como el triunfo de la «Reina del Tamarugal» en Viña . Mis primeros pasos fueron cimentados en mi adorado «Barrio el Morro», con una vida muy simple, propia de una niñita de los 80. Tenía un pequeño grupo de amigos, iba en el Liceo A-11 y mis horizontes era ir todos los domingos en familia al desfile, al Bar Inglés y a la Boya.
El Iquique que contemplaba en esos años era de una total quietud. Calles desiertas pasajes de tierra, el teléfono era escaso , acompañaba a mi madre al correo o a enviar un telex, todos nos conocíamos y nos saludábamos con un ¡Avísale !y un avisándole de vuelta en calle Aníbal Pinto frente al Hotel Prat. En mi casa sólo había un televisor y con tres canales: Telenorte, Canal 7 y Canal 13. Por ende la vida familiar era tan rica y plena; disfrutábamos cada desayuno; almuerzo y cena conversando y riendo.
Geográficamente, mi Iquique querido era un puerto pequeño: al Este con el Morro, al Oeste con los tambores del agua; al Norte con la Zofri y al Sur con la Villa Magisterio. Rodeado en todo su esplendor y magnitud por el «Cerro Dragón»; pareciera que tal dragón dormido abrazara a mi puerto y lo protegiera de guerras y calamidades.
La arquitectura de mi ciudad en esos años era elegante y de corte inglés, especialmente en su arteria principal, la señorial Baquedano, con grandiosas casonas de pino oregón, de dos pisos, esperando el atardecer.
En dirección a los humos al norte, se podía ver la Aduana, el edificio más antiguo de la ciudad, símbolo del periodo de esplendor de la economía del salitre y sitio en el que, luego del Combate Naval de Iquique, soldados peruanos custodiaron el cuerpo sin vida de Arturo Prat.
El resto de las casas se caracterizaban por sus techos planos, sólo existía un elefante dominando el mundo, el «Ticnamar». Como si eso fuera posible. Es imposible dominar el mundo, pues los polos, el mar, son inconquistables
Sin embargo el edificio «Atalaya», marca un antes y un después, constituye el hito más importante por excelencia y el principio de la explosión demográfica e inmobiliaria que abarcó la decada de los 90; retomando con más fuerza en los 2000.
La visión del Iquique de antaño con el actual ha cambiado radicalmente en su geografía; ahora dominada por «Grandes elefantes» de cemento repartidos desde la Zofri hasta Bajo Molle. La ciudad de los iquiqueños conocidos se convirtió en un universo cosmopolita, que hacen una ciudad de pocos, ahora en una sociedad de muchos y multicultural ; donde el idioma y la gastronomía son sus características esenciales.
A pesar de ese gran salto cuantitativo y cualitativo que emprendió mi querida ciudad hace más de 30 años, es cuando me siento en una banquita de la Plaza Prat; observando, respirando y escribiendo los sentires de artistas y parroquianos en un suelo de cemento, acerca de las memorias y la nostalgia del Iquique que se nos fue y de los sentimientos por proteger los monumentos históricos existentes.
Sonia Pereira Torrico
(Fotografía: Vittorio Canessa)