Indefectiblemente el astro rey se apodera tempranamente del día, el ruido de motores circula más lento, me gusta quedarme un ratito en mi almohada, pellizcar el halo de los sueños y sentir ese calorcito que ingresa por la ranura de la ventana. Ya no soy una niña, pero en este lugar que se parece al «País de nunca jamás», vuelvo a la nostalgia, a la patria de la infancia de Mistral, donde ocurren acontecimientos extraordinarios que sólo un niño nortino puede contarlo.
Cuando escucho el sonido del heladero, me dan unas ganas de soltarme el pelo, colocarme las chalitas, un vestido ligero y salir corriendo detrás de un pascuero, gritando, tira pastilla viejo cagao, abalanzarme sin temor al asfalto y con mis manos recoger el botín para llevarlo a casa. Ganas de esperar a mis amigos del barrio en la playa más linda del universo, colocar el quitasol de lona, e irnos a bañar hasta la bajada de la bandera. Me remonta a mi niñez, cuando Iquique era más pequeño, se veía al cerro dragón desde cualquier rincón y los días eran más largos porque se vivía el momento entre la chaya, la escondida, un piquero en el Saladero, un avísale ,un avisándole, el desfile de los domingos, un tecito y un clásico de Deportes Iquique.
Cuando escucho el sonido del heladero, me dan unas ganas de preparar helados en bolsa con mamá, ordenarlos en el refrigerador por sabor y composición. De jugo en sobre por este lado y de leche por este otro. Que maravilla, ya quiero que toquen la puerta para vender el primero a la Sole, el Leito , al Checho o a Cristian y seguir juntando dinero.
También quiero ir al centro con mi hermosa madre y realizar una parada en «La Pinina» y disfrutar sin culpa un chocolito, aunque en mi mente siempre quiero probar lo prohibido y el «danky 21» era uno de esos placeres inalcanzables para todos los niños. También quiero subir a mi bicicleta, recorrer los alrededores del barrio El Morro, cantando, gritando Iquique y el wadu wadu de Virus. Me siento libre y mágica volando con mi bici en la intendencia, voy a procurar llegar temprano, mamá se puede enojar y no darme permiso si sigo buscando mi destino en otro lado. Pero no me importa, porque aquí es donde recojo los momentos vividos con mis amigos, jugando a la chaya, lanzando huevos, y bombitas de agua. ¡Mojados como diuca! corriendo entre un Block y otro, pero que más da, si llegó el verano, en un santiamén la ropa se seca otra vez y el juego empieza jugando en la casa de las rocas o saltando entre las pozas.
Cuando escucho el sonido del heladero, acompaño a la madrecita a visitar a mis muertitos al camposanto, regar por doquier de claveles e ilusiones y refrescar el regreso por calle Zegers con un helado de mango de Constenla. Las calles se acortan entre un helado y otro, también con las historias de artistas y parroquianos, toda vez que en el conocido «Cerisola», vendían los helados sensación, los «Peach melva».Con la fiebre del cine mexicano e italiano, la juventud, al salir del «Teatro Nacional», iba a «Heladería Stanka». Otro clásico iquiqueño, estaba ubicado en calle Zegers con Baquedano, me refiero a «Heladería Gaymer», atendidos por sus propios dueños y su hijo, el simpático; Washington. El helado más solicitado; el exquisito «Malta con huevo». Tanta nostalgia que guardan esas esquinas y nuestros padres no se olvidan, tampoco de la «Heladería Randebú», ubicada en calle Ramírez, a pasos de Balmaceda.
Soy feliz comiendo helado, el piquichuqui del Pingüino, aunque el rey del helado de mango , Friko me hace un guiño por un costado, capeando el sol, escuchando historias, pisando las sombritas y adivinando si me va a tocar la frutita en el chupete helado de guinda. También un vale otro, concurso de Savory de antaño, que nos tenía vueltos locos en los 80, el heladero salió despavorido entre tanto chiquillo premiado, él sólo quería vender y hacer crecer el chanchito, y no llenarse de palitos con un vale otro. Me voy de este lugar, lo gritó a los cuatro vientos, el pobre hombre y varias caritas tristes se multiplicaban en la arena de Cavancha, entre esas yo, ya que me salió vale por una polera. La polera era de blanca con las letras que decían chocolito, la combiné con mis chalitas y un shorts, porque así me vestía y mi visto hasta el día de hoy, cuando escucho al heladero pedaleando en la orilla salina, ofreciendo a grandes y chicos un chupete helado, un barquillo o una chicha de piña con helado.
Sonia Pereira Torrico