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Postal, por Sonia Pereira Torrico

18 mayo, 2025
en Columnistas
Postal, por Sonia Pereira Torrico
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El periodista Ricardo Torres Peña, en su libro «Cavancha en el recuerdo» , narra la siguiente historia; en este mismo lugar donde se observa una especie de sombrero gigante, se construyeron las bases para el primer mercado marino que ofrecía productos del mar a la población.

Mayo acaricia el mar, con brisas cálidas y aromas de sal, escribiendo la historia de nuestra identidad. El olor a mar trasmuta las emociones y sentimientos, preciso no alejarme de este vital elemento, más cerca, más lejos, acaricio la anchura con la nave de todos mis pensamientos. El mar es un todo, un poema, una sinfonía en cartelera, un brebaje agradable , una bandera flameando, un continente, un viaje desde la simpleza y la profundidad de mi ser. Pareciera que fuese la sangre gravitando como un torrente y la expansión de energía para seguir en otras vidas. El mar me permite soltar, y abrazar nuevamente los orígenes de mi amor y sempiterna contemplación por lo que fui, soy y sueño vivir. Aquí aprendí a nadar, mamá elegía con pinza el lugar para comenzar a patalear y mantenerme a flote, sin hundirme, sin sucumbir al naufragio. Me estaba enseñando simbólicamente que la vida no era solo una burbuja, un mundo paralelo, uno fantástico sino también con espinas y bocas asesinas. » La vida no es color de rosa «, escuchaba constantemente en cada recoveco, y lo percibí al primer ahogo, al primer aleteo por querer salvarme y no morir en el intento. Sin embargo, no fue difícil salir a la superficie, las aguas tranquilas de este sector de la hostería, rejuvenecieron todas las porfías.

Pasábamos tardes eternas, jugando a las paletas, jugando con la arena, realizando el famoso Superman en el pecho, tratando de no botar el palito de helado, comiendo un helado milano, un cuchuflí barquillo  y escuchando el dial de una canción de Dyango. Con los meses, mamá sólo nos cuidaba desde el quitasol de lona, no era menester seguir en sus brazos maternos, estábamos grandes, creciendo,fuera del vientre materno y eso era realmente maravilloso. Igualmente, estallábamos de felicidad, cuando una olita nos lanzaba a la orilla. Nada malo sucedía, porque desde aquí, el peligro no existía. Me llamaba poderosamente la atención, las gentes que habitaban en la Hostería, se veían distintos, la mayoría de la capital, más altos, con un acento de voz diferente y con trajes de baño Catalina. ¡Uf! a mis cortos años, no conocía otro lugar, yo vivía feliz en el ombligo del mundo, chapoteando de poza en poza hasta llegar con carpas a Primeras Piedras. Recuerdo en una oportunidad, escuchar la voz de Marcelo, de Cachureos, y el grito, el grito al interior del hotel más lujoso del puerto. Después supe que alojaron grupos del rock latino chileno. Era simplemente genial acercarme a otro mundo, lejos de mi ciudad natal. Ergo volcaba la vista al «Sombrero» , y desde mi imaginación, dibujaba un tremendo castillo así como el de «Huanillo» posando en el litoral costero. Después me contaron la historia  de este restaurant estilo francés, denominado “El Sombrero” , excelente atención , con exquisitos platos de mariscos y pescados. Este espacio lo construyeron para que los pescadores vendieran sus productos del mar.

Visité este restaurant, acompañada de las mandolinas de la estudiantina «Voces del Norte», después en la adolescencia, después del desfile, probando un pejesapo al vapor con papas a la crema. Me suspendía en la vista y lo fascinante de atrapar el mar sólo con mis ojos soñadores. Como olvidar las imborrables tardes en Iquique; comiendo bonito o mono, con cebolla y limón a manos llenas. Como olvidar la mejor postal de la ciudad, sin elefantes, sólo una vasta península de arreboles, aromas y sabores que persisten a pesar del inexorable paso del tiempo.

Sonia Pereira Torrico

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