- En memoria de Amadeo Solimano Solimano, uno de los dueños del inmortal Bar Genovés.
Charles Bukowski hablaba que la verdadera literatura no se encontraba en espacios convencionales o académicos, sino en la vida cotidiana, en las calles, en los bares y en las experiencias de la gente común.
¡Un bar!,¡un bar! lugar para extinguirse, apagar las velitas, bajar el telón, exorcizar demonios, santificarse, gritar ¡gooool! o planear la próxima partida.
El bar se vuelve un santuario y confesionario, un refugio donde la vida se diluye en minutos y el alma juega su tercer tiempo. Los más valientes salen estoicos; el resto pasa a mejor vida.Un espacio fecundo donde se busca compañía, un oído que escuche por una noche, que acompañe en los silencios. Mientras el elixir deja fuego en la garganta y el humo del tabaco se aglomera en el techo.
En las ciudades, los bares se multiplican por doquier. En Santiago; me voy a la Piojera, en la Cuarta; al histórico Barrio Inglés y en Valpo al Liberty de 1897.
No hay tertulia sin Lucho Barrios, Los Golpes ,Palmenia Pizarro o Juan Gabriel y su inolvidable Querida.
En mi tierra natal abundan a lo largo de la historia. Mi abuelo se quedaba con su mejor amigo en el «Triángulo de las Bermudas» hasta el amanecer, donde los secretos flotaban con la espuma de una pilsener.
En los años sesenta nació «El Democrático» o el ¡Demo!, en Obispo Labbé, entre Serrano y San Martín, a pasos del «Acrópolis», el paraíso perfecto me han contado.
La bohemia también encontró su casa también en el «Bar Genovés».¡Quien no conocía el Genovés, no era iquiqueño”. Los parroquianos llegaban a la hora del almuerzo por una caña. Y cuenta la leyenda que en sus mesas, nació la idea de un club profesional que se llamaría «Deportes Iquique», que hoy por hoy como dijo Villafaña es un cabro a punto de repetir de curso.
Tenemos a la Quinta de recreo, «El Dándalo», del barrio Matadero. Allí se mezcla la efervescencia del carnaval, los vecinos se disfrazan y celebran entre risas y cervezas. Sonaba la chancha, y con unas monedas alguien pedía su canción. Ensoñación que duraba cuando se arrancaban los toros, y quedaba la ¡tole tole!.
El ¡Colo Colo Bar!, en Lynch con Latorre, es el lugar donde las historias se repiten y se reinventan. Cerquita de la plaza Prat está el «Curupucho», atendido por su propio dueño. Es por excelencia el punto de referencia de los artistas del glorioso.
“¿Quiere el schop con pichula o sin pichula?”, estamos hablando del «Chache».
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos diez, y en el dos mil también, un Bar es una Iglesia,el manicomio, el infierno y el cielo. Allí, al final, uno se encuentra consigo mismo y con los otros, aunque solo sea por un rato, lo que dura un tin tan, una piscolita, una cerveza…¡salú!
Sonia Pereira Torrico
*Fotografía de Hernán Pereira Palomo