El reciente infarto que sufrió el ex portero Patricio Toledo, durante un partido de futbol, nos dejó una lección crucial que trasciende el mundo deportivo: ningún corazón está exento de riesgos. Este episodio, donde la rápida reanimación salvó una vida, es solo la punta visible de un iceberg alarmante. En Chile, los servicios de urgencia registran un aumento del 55% en atenciones por infarto en el primer semestre de 2025, afectando con creciente frecuencia a jóvenes entre 30 y 45 años. A nivel global, la Clínica Cleveland alerta que uno de cada cinco infartos ocurre en personas menores de 40 años.
Este escenario exige impulsar estrategias que promuevan el deporte seguro. La actividad física es clave para prevenir enfermedades cardiovasculares –primera causa de muerte en Chile–, pero realizarla sin preparación adecuada o con patologías subyacentes no diagnosticadas conlleva riesgos. Los estilos de vida modernos, caracterizados por sedentarismo, inactividad física, dietas inadecuadas y estrés, han disparado estos episodios.
La solución no es evitar el deporte, sino practicarlo con responsabilidad. Es crucial que, especialmente los jóvenes, se realicen evaluaciones médicas regulares que incluyan control de presión arterial, perfil lipídico y glicemia. Para quienes tienen condiciones cardiovasculares, la rehabilitación supervisada permite una práctica adaptada, demostrando que una patología no debe limitar la actividad, sino guiar su ejecución segura.
Fomentar una cultura de deporte seguro, con preparación suficiente y acceso a chequeos, es una urgencia de salud pública. Cuidar nuestro corazón comienza por reconocer que el ejercicio, cuando es consciente y preparado, salva vidas.
Ricardo Henríquez Flores, Director de la Escuela de Kinesiología, Universidad San Sebastián