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La inteligencia artificial es el nuevo rostro del capitalismo colonialista, por Marcelo Trivelli

10 octubre, 2025
en Columnistas
Nuevo paradigma para la educación, por Marcelo Trivelli*
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El sistema capitalista ha demostrado una extraordinaria capacidad para generar riqueza, pero también una igual de notable para concentrarla. Sus pilares —el individualismo y la competencia— fueron exacerbados como motores de progreso y libertad. Sin embargo, en la práctica, han erosionado la cohesión social y reemplazado la colaboración por una carrera sin fin donde el éxito de unos pocos se construye sobre la exclusión de muchos.

La competencia, entendida como estímulo para la innovación, terminó convertida en un principio moral. Nos enseñaron que cada persona es responsable de su destino, que “si uno quiere, puede”. Pero el resultado es una sociedad donde el mérito se confunde con privilegio y el fracaso se castiga como culpa individual. En este modelo, el bienestar colectivo dejó de ser prioridad y la solidaridad se transformó en debilidad.

Esa lógica de competencia permanente ha colonizado incluso nuestra vida emocional. Vivimos conectados, pero cada vez más solos. Competimos en todo: en el trabajo, en las redes, en la apariencia, en la cantidad de seguidores. La cooperación, base de nuestra evolución como especie, ha sido desplazada por un culto a la eficiencia y al rendimiento.

Hoy, cuando estamos en un proceso de un nuevo orden internacional, irrumpe la inteligencia artificial, un nuevo rostro del capitalismo colonialista. No es una herramienta neutra ni un fenómeno aislado. Es el resultado de un poder concentrado en pocas corporaciones que dominan la acumulación de datos, la producción de conocimiento y los flujos de información del planeta. Desde esos centros tecnológicos —muy lejos de nuestras fronteras— se desarrollan sistemas capaces de realizar tareas, en cualquier lugar del mundo, que antes eran exclusivas de los seres humanos.

En Chile, un estudio de Amazon Web Services reveló que el 94 % de las empresas que incorporan IA mejoran su productividad y un 89 % aumenta sus ingresos. Esa ganancia no proviene solo de mayor innovación, sino también de menos personas haciendo más trabajo. El informe “Oportunidades de la IA Generativa en el Futuro del Trabajo en Chile”, elaborado por el CENIA, SOFOFA, SENCE, la Subsecretaría del Trabajo y la Universidad de Stanford, estima que 4,7 millones de trabajadores podrían acelerar sus tareas en al menos un 30 %. Cuando una tarea se hace en menos tiempo y con mayor eficiencia, el siguiente paso es inevitable: se reduce el número de empleos necesarios.

En el ámbito legal, herramientas de IA permiten elaborar borradores, buscar jurisprudencia y analizar leyes en segundos, desplazando funciones antes realizadas por asistentes y abogados junior. En medicina, sistemas de diagnóstico leen radiografías y scanners con una precisión que rivaliza con la de los especialistas. En los medios, la IA redacta notas, edita videos y diseña portadas, acelerando procesos y reduciendo costos laborales.

Los efectos son transversales: la inteligencia artificial entra en todo; en la educación, la manufactura, los servicios financieros, etc.. En todos los casos, el patrón se repite: más eficiencia, menos empleo. A diferencia de las revoluciones industriales anteriores, esta no requiere fábricas ni infraestructuras locales. Basta una conexión a internet para que la inteligencia importada compita directamente con el trabajo chileno.

La amenaza futura no serán los migrantes que cruzan fronteras buscando sobrevivir, sino una competencia invisible: una inteligencia artificial global que no paga impuestos, no cotiza en seguridad social y no conoce fronteras. Este nuevo colonialismo tecnológico concentra poder económico, cultural y político en manos de corporaciones que ya superan la capacidad de regulación de los Estados y comienzan a controlar las democracias.

Y hay algo más profundo: la IA no es cultural, ética ni moralmente neutra. Cada sistema lleva consigo la visión del mundo, los valores y las prioridades de quienes la diseñan. Es, en última instancia, una expresión del poder cultural de sus creadores. Debemos ser capaces de “domar” a este nuevo actor porque de no hacerlo, terminaremos adoptando —sin darnos cuenta— la ética, la cultura y la moral de otros.

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