Aún no hay un catastro unificado ni validado oficialmente, pero estimaciones a escala regional muestran que la cifra de vertederos ilegales en Chile se cuenta en miles, y una proporción significativa está asociada a la acumulación textil en zonas áridas, particularmente en Tarapacá y Antofagasta.
La situación es crítica, y tiene raíces estructurales. En Chile se consumen cerca de 600 mil toneladas de textiles al año, y más del 90% proviene del extranjero. En 2022, por ejemplo, ingresaron 131 mil toneladas de ropa usada, de las cuales se estima que 70% termina descartada sin valorización alguna. Es reflejo de un modelo de consumo rápido y descartable, impulsado por la industria del fast fashion, que convierte la ropa en residuo casi al momento de producirla.
El daño es a nivel sanitario, ambiental, territorial y simbólico. Las imágenes del “desierto basural” han recorrido el mundo y erosionan la imagen de un país que pretende liderar la economía circular. Es un daño reputacional profundo: ningún modelo económico sostenible puede convivir con vertederos de residuos visibles desde el espacio.
Es además una deuda con los territorios: el norte de Chile paga el costo de un modelo de consumo que no genera, pero que recibe. La transición circular debe ser una transición territorial justa, que reconozca la histórica desatención hacia la gestión de residuos en zonas extremas, donde la distancia logística, la falta de infraestructura y la escasa presencia institucional han normalizado la precariedad ambiental como parte del paisaje. No puede haber circularidad si seguimos aceptando que algunos territorios sean los vertederos del resto del país.
La Estrategia de Economía Circular para Textiles del Ministerio de Medio Ambiente es una respuesta necesaria, pero llega a una problemática que desborda lo normativo: exige un cambio cultural, un cuestionamiento al modo en que producimos, compramos y desechamos. Si no reformamos ese modelo de vida, cualquier legislación será un paliativo, no una solución estructural.
Como promotor de estrategias Zero Waste, sostengo que la prioridad no debe ser “qué hacer con los residuos”, sino cómo evitamos generarlos. Esa es la esencia del enfoque jerárquico: rechazar, repensar, reducir y recién después reutilizar o reciclar.
No es la ropa usada la que debemos reducir, sino el sobreconsumo en todas sus formas. La reutilización y el alargamiento de la vida útil de las prendas son, de hecho, pilares de un enfoque Zero Waste.
Si la agenda se concentra solo en regular la calidad de lo que se importa como “segunda mano”, evitando el ingreso de ropa que ya es basura, es una medida correcta. Pero si se limita a restringir el mercado de reutilización, se comete un error conceptual y ético: se penaliza a quienes extienden el ciclo de vida de los productos en lugar de a quienes lo acortan.
La agenda es necesaria, sí, pero debe ser coherente con la jerarquía de circularidad. Reducir el consumo no es cerrar ferias de ropa, es transformar hábitos, educar y revalorizar el cuidado de las prendas, la reparación, el intercambio y la moda local sostenible.
Ese es el salto que Chile aún debe dar. La Estrategia Nacional abre un camino, pero para que sea transformadora debe incorporar motivaciones culturales, no solo metas cuantitativas. No se trata solo de reciclar telas, sino de reconstruir el vínculo emocional y ético con lo que vestimos. Ese es el horizonte de una sociedad Zero Waste: no eliminar residuos, sino evitar que algo deje de tener valor.
Iván Franchi
Ingeniería Ambiental
Universidad Andrés Bello








