En el Iquique de los años 90 todavía guardo recuerdos, doblados como una carta vieja y querida dentro del corazón. Las elecciones tenían el olor del amanecer costero, ese aroma a sal que se pega a la piel y al alma, mezclado con el pan recién salido de la panadería El Pueblo. Crecimos sabiendo que votar no era sólo una obligación. Una ceremonia sencilla y sagrada que empezaba antes de que el sol se asomara sobre la ciudad de techos planos.
En mi casa, ese día se vivía como si la historia fuera a tocar la puerta a cualquier momento. Mi madre hermosa, impecable, con su vestido recién planchado, tenía un brillo especial, ese entusiasmo que solo aparece cuando una mujer entiende que está a punto de celebrar algo importante para todos. Preparaba el desayuno con cariño, juguito de naranjas de Pica, pan tostado con mantequilla, y un tecito de cedrón con hierba luisa que perfumaba la cocina entera. Dejaba la casa limpia, aireada.El desfile dominical, el paseo a la boya, las rutinas de siempre… todo quedaba en pausa, porque ese domingo el ciudadano a pie salía a decidir el rumbo del país.
Con la bruma aún colgada sobre la ciudad, el pulso tenía otro peso. La gente avanzaba por las calles de Iquique con su mejor pintacha, camisas planchadas, zapatos relucientes, el tata con su paleto, los niños todavía medio dormidos al hombro, las abuelas colgándose del brazo firme de alguien. Y ahí íbamos, capeando el calor con un helado de mango, esperando la fila interminable, saludando a Pedro, Juan y Diego en cada esquina.
Porque así era, entre un “avísale” y un “avisándole”, uno terminaba conversando con medio barrio. Un espíritu familiar que hacía de ese día un día especial.
Las radios y la televisión se mezclaban con las conversaciones de la calle, candidatos, promesas, jingles . Todo era parte de un hechizo compartido. Sí, votar era una fiesta: una fiesta de barrio, de familia, de país. Había banderas flameando, bocinazos, abrazos. Yo pensaba, en mi inocencia, que así sería siempre. Sin embargo, Chile sigue votando, hoy lo hace con un paso más cansado en la sociedad líquida, de la inmediatez ( Zygmunt Bauman). La planificación familiar persiste, quién pasa a buscar a la tía, a qué hora conviene ir, si habrá mucha fila, si después alcanzamos a almorzar en el mercado, pero algo cambió. Son las redes sociales las que ahora gritan más fuerte que las calles. Aun así, cada vez que entro al local de votación, me tiembla algo adentro. ¡Un eco!. Como si las paredes todavía guardaran nuestras risas de los 90, nuestras filas interminables y el reencuentro con los amigos. Me acuerdo de mi hermosa madr, y su mirada firme al marcar su voto. Me acuerdo de los barrios felices, de los autos pintados, de un Chile que se sentía más conciliador y menos polarizado. Un Chile que, de alguna forma, todavía busco cada vez que se vota en un día especial.
Sonia Pereira Torrico
