Se cierra un año complejo desde el punto de vista social y económico, marcado por fuertes demandas sociales y una galopante pandemia.
Un cocktail perfecto que ha provocado que Chile se encuentre en una situación muy deteriorada y en extremo preocupante.
Cada vez que veo los informes técnicos relativos al Covid 19 me hago la pregunta respecto de por qué los ciudadanos tenemos que pagar el costo de las incoherentes medidas que se adoptan.
Y peor aún, nadie asume esos errores, la pandemia se agrava y no pasa nada ni a nadie de quiénes la administran.
Cómo es posible que podamos viajar a Cartagena en Colombia y no a la Cartagena Chilena, por nombrar algunos países del extranjero. Personalmente me tocó vivir la amarga experiencia en un vuelo doméstico dentro de Chile, en el cual viajaban turistas chilenos que venían llegando desde Brasil, jactándose de que “acá en el país éramos exagerados, no así en Brasil”.
Justamente, la incoherencia de estas medidas nos tiene al borde de una situación más grave aún, originada en la llegada de otra cepa de Covid 19 traída directamente desde Gran Bretaña, que se superpondrá a la segunda ola que ya estamos viviendo.
Es el peor de los mundos, pareciera ser un tiro de gracia (y no me refiero precisamente al grupo musical chileno de hip hop ni tampoco a la misericorde empleada en la Edad Media).
Si bien es cierto la ciudadanía en varias ocasiones no colabora lo necesario y es descuidada, también hay gran responsabilidad en las medidas adoptadas.
La coherencia y las señales que se dan a la ciudadanía son casi tan importantes como la disposición de la vacuna. Al menos ya la tenemos, veremos en estos meses la eficiencia con que se administra.
Y mientras tanto vivimos y palpamos estas incoherencias, Chile se cae a pedazos. Si no es por los discutidos y resistidos 10%, la economía estaría mucho más en el suelo.
Cuesta visualizar lo que viene, inclusive para los mejores clarividentes del mundo, ni siquiera con bola de cristal. Para qué decir con una planilla Excel como se ha hecho hasta el momento.
Cuesta también ver el vaso más lleno que vacío, me apena ver a las pequeñas y medianas empresas prácticamente destruidas y endeudadas, a la industria pequeña y empresas familiares, a los desempleados y a todos a quienes les ha caído el ingreso en ocasiones a cero.
Veo a familias y más familias que han caído en la más extrema pobreza, que han vendido sus pocos activos reunidos después de largos años de esfuerzo y trabajo, que no tienen empleo ni esperanza alguna de ver una mejora notable en el corto plazo.
Nos costará años la recuperación, lo único que se ve en forma inmediata es que las autoridades del sector económico sean más empáticas e inyecten recursos paliativos para que los beneficios lleguen, pero que lleguen, no solo a los más desposeídos sino que también a una clase media que generalmente se encuentra en el limbo de las asistencias de los gobiernos.
Hernán Cortez Baldassano,
Ingeniero Civil U de Chile
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