Hace ya varias décadas que septiembre se vive tensionado por la división que genera el día 11. Lamentablemente, 50 años después, seguimos sin lograr una reconciliación y un encuentro más profundo que nos permita decir que la herida finalmente ha cicatrizado.
Pero nosotros, los cristianos, no podemos renunciar a que realmente esto alguna vez ocurra. Estamos irremediablemente llamados a ser gestores de unidad, de encuentro, de reconciliación. No importa cuánto tiempo tome. En nuestro horizonte debe estar siempre presente el anhelo que late en el corazón de Jesús, quien entregó su vida “para que todos sean uno”. Los católicos estamos llamados a seguir intentando, porfiadamente, a que todos encuentren un lugar, incluso cuando nuestro propio corazón se rebele ante la actitud de estos o de aquellos. Debemos seguir. Porque somos miembros de una Iglesia que en el Vaticano II se definió a sí misma como “signo e instrumento de unidad entre Dios y los hombres, y de los hombres entre sí”.
Del mismo modo nosotros, los schoenstattianos, que nacimos como carisma en medio de las dos grandes guerras, no podemos aceptar vivir en una patria eternamente polarizada. Nosotros, que tenemos en el centro de nuestra espiritualidad la palabra alianza, no tenemos permitido abandonar nuestro país a la eterna división. Sea por causa del pasado, o incluso, dividida y confrontada tan a menudo por causas del presente. Somos herederos de José Engling —congregante de la primera generación— que tuvo como ideal ser «todo para todos”.
En la reciente Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, el Papa Francisco no se cansó de insistirle a los jóvenes, “en la Iglesia caben todos, todos, todos”. Lo mismo quisiera insistirle hoy a nuestra patria. Todos cabemos. Ninguno sobra. Y si caben todos, no es para estar sentados adentro, pero uno al lado del otro, sin tocarse, con los brazos cruzados y mirando para otra parte. Queremos estar dentro para mirarnos a los ojos y descubrirnos hermanos de un mismo Padre que nos ama.
Y si todo esto les suena medio irrealizable y lleno de contradicciones, entonces bienvenidos a la Iglesia de Jesús. Creo que el poeta Walt Whitman lo entendió a la perfección cuando dijo, “¿Que me contradigo a mí mismo? Sí, me contradigo. Soy eso. En mí caben multitudes”. Así es. En Chile, y especialmente en septiembre, también cabemos la multitud de todos los chilenos.
*Padre Gonzalo Illanes
Dirección Nacional Movimiento Schoenstatt