Señor Director: No sé por qué. En estos días me acordé de los charlatanes. Personajes que desaparecieron de un día para otro.
En los años 50-60 del siglo pasado recuerdo que aparecían cuando se instalaban las ferias libres. También los vi en las plazas de los mercados. Recorrían el Norte Grande a bordo del legendario Longino.
Llegaban y ubicaban una maleta. Frente a ellos comenzaba a reunirse la gente con inusitado interés de chicos y grandes. Ahora habría que decir chicas y grandas, para que no se enojen. He palpado que la intolerancia arrecia.
No cualquiera era charlatán. Hoy es más fácil, de acuerdo a lo visto.
Tenían un discurso aprendido de memoria y le colocaban el énfasis necesario que remarcaban con potente voz, para mantener el interés de la audiencia que esperaba que el charlatán –por fin- abriera la maleta donde escondía su mayor tesoro, algo jamás visto. Traído desde las mismísimas pirámides de Egipto o de partes desconocidas en el Amazonas.
Ya cuando el respetable público comenzaba a cansarse de tanta verborrea, se acercaba a la maleta y le daba un golpe, haciendo creer que pronto la abriría, pero no.
Faltaba aún.
Era la sorpresa que se esperaba con ansias, casi como un cuarto retiro de las AFP.
Pero no.
Había que esperar. De esa tediosa espera nació el “¡enrrolla la culebra!”. Ya cuando la paciencia se agotaba abría la maleta, donde dormía una gorda culebra la que rápidamente colocaba en los hombros de un acomedido y decía con todas sus ganas y potente voz: “¡No vengo a vender! ¡Vengo a regalar!”. Y sacaba unas peinetas que comenzaba a ofrecer a un precio “jamás visto”, acompañadas de un par de trabas y agujas.
Era el momento en que le llovían los garabatos y tallas. Pero el charlatán no se daba nunca por aludido. “Cara de palo total”. Era su mérito y nobleza de charlatán. «Cara de palo» hasta el final. Morir con las botas puestas.
Los charlatanes ahora tienen otro nombre. Pero no lo diré. A mis ocho décadas, mi pobre pensión, las dos dosis de la Sinovac y la pandemia, no quiero más guerra.
Rosalía Lourdes Andrade Y.








