Señor Director: ¿Qué pasó en nuestro querido país y nuestro querido puerto histórico y heroico que, de pronto, desapareció el respeto, el amor al prójimo y el cumplimiento de deberes y derechos?
Mis abuelos eran analfabetos y vinieron al Norte Grande en busca del salitre y se quedaron para siempre enamorados de esta tierra. Aprendieron a leer ya veteranos por puro empeño y porque era necesario. Sin embargo, no saber leer ni escribir, jamás les borró el saludo fraternal y la preocupación por sus vecinos. Todo lo contrario, lo inculcaron a sus numerosos hijos así como el amor al trabajo que nunca les faltó porque estaban dispuestos a dormir cansados y a estar despejados al día siguiente.
¿Qué pasó que hoy se ve tanta prepotencia, arrogancia y soberbia? ¿Qué pasó con aquellos valores aprendidos en el hogar cálido de antaño? Muchos, quizás demasiados, de acuerdo a lo visto, juran que se puede sostener la vida en una tarjeta de plástico siempre con el cupo a punto del abismo. O con un auto que les permite despegar los pies de la tierra mientras están a bordo. Pero cuando bajan al nivel del suelo, entonces aterrizados vamos rompiendo con todo, hasta con los amigos pronunciando: primero yo, segundo yo y tercero yo, cuarto la familia y quinto de nuevo yo. El resentimiento hace más daño que una guerra.
¿Qué más canción que el transcurso del tiempo?, dijo un poeta. Es el tiempo el que nos ubica en este mundo tan intranquilo y que, hoy por hoy, da botes y botes, como un balón que se lo lleva el viento.
Uno va al supermercado y ya en el estacionamiento ve a conductores -hombres y mujeres- circulando a una velocidad irracional, después tienen marcadas las líneas en el piso para cuadrarse en el espacio asignado, pero no. Se ubican encima. El lugar de las embarazadas ocupado por una que dice: Voy y vuelvo. Para qué hablar del volumen de la radio y sus equipos comprados a créditos interminables, decibeles que molestan hasta el perro regalón que sólo lo sacan para que haga caca en las casas de los vecinos. Mientras que los gatos visitan los patios revolviendo la basura y desparramando bolsas con los desperdicios.
Y cuando se visita la playa, por ningún motivo andar a pie pelado. Puede sufrir un corte con los cientos de desperdicios arrojados por los que en público son amantes del medio ambiente y los animales y cuando quedan solos que otros limpien. Usted puede ir a la playa más alejada, pero ahí están los restos de pañales con caca, huesos de pollo, papel higiénico, toallas femeninas, condones, pinches, trabas, alambres, botellas de vidrio y plásticas, corchos, etc. son parte del paisaje. ¡Y pobre si usted se atreve a llamar la atención de alguno! Lo tapan a garabatos pronunciados por mujeres y hombres con el mismo tono, advirtiendo agresividad y rabia contenida por lo mal que les hace tener tanta deuda, tantos sueños incumplidos, por el «trabajo de mierda» que tienen cuando otros añoran tenerlo y porque la soberbia los consume y gritando en un lenguaje que no parece español sino cualquier cosa, mientras la saliva desborda sus naturales deslindes. ¡Qué feo! Cuando la vida es tan bella si se tiene paciencia, que es lo último que se pierde.
Antiguamente, tener un auto costaba un mundo. La mayoría se compraban al contado. Por lo mismo, había pocos y en la oficina salitrera, el pueblo o en las ciudades de provincias se contaban con los dedos de la mano. Aquí mismo, en Iquique, los antiguos que quedamos sabíamos que los cuatro doctores tenían auto. Los otros eran unos por aquí y otros por allá, unos taxis, unas cuantas micros, ¿y los demás? ¡Fila! Y nadie se moría de envidia ni de pena. Eran otros tiempos.
¿Por qué cambió todo? ¿Dónde se fue la humildad? ¿Dónde se fue el respeto? ¿Dónde se perdió el sentido común? ¿Por qué hay que enjaular la casa si antes abríamos la puerta con una pita directa al picaporte?
Y ni se le ocurra ir a una playa alejada porque hasta allá llegarán en auto para asaltarlo y a convertirlo en víctima de gente que quiere todo sin el menor esfuerzo. ¡Dios nos proteja!
Nada es más atractivo en un ser humano que su cortesía, su paciencia y su tolerancia.
Rosalía Lourdes Andrade Y.
(Foto referencial)