Los quiero invitar a que viajemos en el tiempo para desentrañar una historia que nos toca a todos: La del derecho a votar en Chile. Si creen que desde nuestra independencia en 1818 el voto ha sido un simple trámite para todo chileno mayor de 18 años, se sorprenderán.
La verdad es que el camino hacia el sufragio universal ha sido una larga y a veces curiosa carrera de obstáculos que refleja los profundos cambios sociales del país.
Retrocedamos a 1810, incluso antes de la declaración formal de nuestra Independencia. Se elegían los miembros del Primer Congreso Nacional. ¿Quiénes podían votar? No se imaginen las filas de hoy en los centros de votación, muy por el contrario, era un club de caballeros con requisitos bien definidos. El reglamento de la época era claro, solo podían participar «todos los individuos que, por su fortuna, empleos, talentos o calidad, gozaran de alguna consideración en los partidos», además de ser mayores de 25 años y vecinos del lugar. Se sumaban también eclesiásticos y militares, pero quedaban fuera extranjeros, fallidos (en bancarrota), y hasta “los deudores a la Real Hacienda”. Era un voto para la élite, donde la «consideración social» era el gran calificador.
En los inicios de la república con la Constitución de 1833, se formalizó lo que conocemos como voto censitario, una etiqueta elegante para decir, «solo votan los que tienen plata y/o educación». Los requisitos eran estrictos: debías ser hombre, tener 25 años (si eras soltero) o 21 (si eras casado), saber leer y escribir, y, ojo con esto, tener una propiedad inmueble o un capital invertido, o gozar de un empleo con renta suficiente. Era la ley la que definía el valor de esa propiedad o capital. Piensen en la ironía, la capacidad de elegir autoridades estaba ligada directamente al tamaño del bolsillo y saber firmar, una barrera enorme para la mayoría del país.
Para evitar fraudes, el presidente Joaquín Prieto (1831-1841) dictó una ley que hacía explícito el requisito de saber leer y escribir. No se trataba solo de riqueza, sino de alfabetización como filtro social.
El primer gran cambio llegó con la Reforma Electoral de 1874. “Se mantuvo el requisito de saber leer y escribir, pero se eliminó el de la renta”. El derecho se extendió a todos los hombres mayores de 21 años (casados) o 25 (solteros).
Luego, a finales de 1887, bajo el mandato de José Manuel Balmaceda, se puso fin definitivo al voto censitario. Una ley histórica que, aunque aún restringida solo a hombres con cierta edad y alfabetización, sacó del camino la barrera del dinero y el capital. Un gran paso hacia la igualdad cívica.
Si pensamos que a fines del siglo XIX ya era un camino amplio, “todavía nos faltaba la mitad del país”. El debate sobre el voto femenino comenzó en la década de 1920, pero se topó con muros políticos. Finalmente, las mujeres lograron una primera victoria en 1934, obteniendo el derecho a voto solo en las elecciones municipales. Si bien ya era un avance, aún faltaba más, ya que podían elegir a su alcalde, pero no al presidente o a los parlamentarios. La plena ciudadanía electoral recién llegó en 1949, concediéndose el derecho a voto para todas las elecciones. La participación de las mujeres fue masiva, debutando en la presidencial de 1952. Fue el comienzo de una nueva era.
Los últimos grandes cambios que nos acercan al presente llegaron en la década de 1970. Mediante reformas a la Constitución de 1925, se rebajó la edad mínima para votar de 21 a 18 años. Y una transformación crucial, se eliminó el requisito de alfabetización. Por fin, se reconoció que el derecho a elegir no debía depender de la educación formal. El voto se hizo verdaderamente universal.
El capítulo más reciente ocurrió en el siglo XXI, en 2012, cuando se instauró la inscripción automática y el voto voluntario. Finalmente, en 2023, una nueva reforma repuso el voto obligatorio para todas las elecciones y plebiscitos, manteniendo la inscripción automática.
Como hemos observado, la historia del sufragio en Chile no es lineal ni simple. Hemos pasado de un sistema donde solo los hombres ricos, “cultos” y de «consideración» podían elegir, a uno donde el único requisito es ser chileno o extranjero con residencia, y tener 18 años cumplidos.
Cada voto que se emite hoy es un eco de esas batallas y cambios sociales, un recordatorio de que los derechos cívicos se ganan y se consolidan con el tiempo. La próxima vez que vea su carnet y piense en ir a votar, recuerde que este largo camino es la culminación de dos siglos de evolución para que su voz, sin importar fortuna o apellido, sea la que cuente.
- Por José Pedro Hernández Historiador y académico Universidad de Las Américas








