A Cesare Rossi Oliva lo conocemos desde pequeño. Siempre acompañó a su padre al Estadio. No soy su amigo, aclaro. Él no me conoce.
Pero cabe aquí el proverbio bíblico «Por sus obras los conoceréis».
Cesare heredó de su familia principios y valores y los aplica. Seguramente se altera, como todos, Pero en público jamás pierde la compostura y mide sus palabras. No es el típico dirigente exaltado.
Su sueño de tener un club ordenado se nubla con las derrotas en la cancha. Es que las cosas nunca son perfectas.
Pero ha sido así especialmente el año pasado y lo que llevamos corrido del 2020. Tampoco es una rareza, le sucede a grandes clubes con sus entrenadores super star como Guardiola y Mouriño, que actúan según hayan dormido bien o mal. Y se suma a este panorama lo que los comentaristas denominan «el camarín», que es un símil semejante a un horno de ladrillos refractarios sometido a la presión del carbón de La Huayca.
Conozco la historia de Deportes Iquique desde Estrella de Chile… ¡Calculen! decían antes. Antiguamente, en el siglo pasado, resistió situaciones económicas complicadas, dirigentes destacados y no tantos. Intrusos que querían hacer el equipo y que contrataban a jugadores por su cuenta, pero no por su riesgo y para qué seguir ahondando. A los abuelitos no se les puede contar el cuento del lobo.
Cesare Rossi tiene hoy un dilema con el entrenador Jaime Vera. ¿Qué sucederá? Tal vez a esta hora ya tomó una decisión. Veamos, si le pide la renuncia se pierde una inversión cuantiosa. Si el «Pillo» se marcha, entonces, algo se pierde y el entrenador igual se va con un resto. Cosas del fútbol, dicen algunos.
Entonces, veamos otra parte del dilema: La hinchada, la torcida, la porra, la fanaticada, los forofos, como quiera llamarle. Estos amantes del club, en las buenas y malas, no quieren al entrenador y así se lo gritaron el sábado en la noche. Con todos los garabatos que no figuran en el diccionario de la RAE.
Y surge otro ‘avistamiento’, de esos que relumbran y hay que colocarse las manos como visera para poder ver algo.
¿De qué se trata este ‘avistamiento’? De los principales protagonistas: los jugadores.
Los dragones que en este 2020 visten la casilla celeste y la de los colores de Cavancha. Son ellos los que saben (en su alma) si ‘se la pueden’ para estar en la cancha, porque sabemos que los DT prueban estrategias de juego y, si encuentran el vellocino de oro, vamos con todo, pero son los jugadores los que saben si van a estar o no para cosas mayores. Las estadísticas, a lo largo de la trayectoria del club nos muestran que siempre estuvimos en la medianía de la tabla y con eso igual vibramos y nos emocionamos desde el tablón.
En 2019 y lo que va del 2020 ¡vamos a los tumbos!
Un comentarista habló de un sahumerio de ruda. Es que la desesperación de la hinchada en la derrota es expresión con todo, con gritos, silbidos, bandas del litro, matracas, cánticos, cuetes, petardos, llanto, alaridos y rabia a un nivel superlativo.
Volvamos a Cesare. Así, de lejos, vemos que está cansado y molesto; no lo hace reír ni a Chaplin, porque mantiene una institución con orden, pero hace agua por el lado fundamental: el entrenador y los jugadores. ¡Vaya entuerto!
¿Qué podemos hacer nosotros, aparte de pagar la entrada? Seguir apoyando a Deporte Iquique y hacer un llamado a los jugadores para que se concentren en un propósito de entrega y rendimiento al máximo. Y, a la institución como tal, preocuparse -en serio-de la «cantera». Son los iquiqueños los que traen la garra en su ADN.
No está todo perdido. Esperamos ver triunfos en el espectacular (nuevo) estadio «Tierra de Campeones-Ramón Estay». Mantenemos la fe. Y a Cesare, le sugerimos ¡Paciencia!
Calixto Bruna C.
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