Señor Director: La industria nos ha enseñado que agregar agua hirviendo a una sopa con fideos deshidratados puede ser una excelente alternativa de saciar nuestra hambre (dista mucho de ser alimentación), donde ocupamos el mínimo esfuerzo y tiempo en realizar esta acción, obteniendo un resultado que organolépticamente puede ser satisfactorio.
Por si esto no fuese suficiente, los espacios físicos en nuestras casas o departamentos son cada vez más pequeños y, prácticamente, no existen cocinas preparadas para transformar los alimentos más allá de hidratar o termalizar algo ya pre elaborado.
¿Solamente es un tema de ingresos? Algunos estudios postulan que las personas con mayores ingresos prefieren pagar un sobreprecio con tal de no ocupar su tiempo en cocinar y todo lo que ello con lleva. Si a eso sumamos que estamos insertos en un mundo global, tecnológico, obsesionado con la instantaneidad y la rapidez, en donde existen aplicaciones para ordenar comida que no siempre nos entrega la alimentación que requerimos, el resultado puede ser desolador en términos nutricionales.
Aunque el panorama puede sonar un tanto pesimista, la solución está en nuestras manos: Volvamos a cocinar. Vayamos a las ferias a comprar las verduras más frescas y aprendamos a transformarlas en un alimento sabroso y nutritivo. Privilegiemos el uso de verduras y hortalizas frescas, disminuyamos el consumo de alimentos procesados, rompamos el paradigma que todos los platos de fondo tienen que tener carne o que no existe otro acompañamiento que no sea el arroz, los fideos o las papas, y atrevámonos a disfrutar de nuestras concinas y ollas.
Es verdad, tal vez estas acciones tomen más tiempo del que queremos asignarle, pero lo quieras aceptar o no, finalmente somos lo que comemos. Y debemos recordar que la naturaleza primaria de la acción de comer, no es otra cosa que alimentarse.
Juan Cristóbal Reyes
Chef Instructor Escuela Nutrición y Dietética U. Andrés Bello