Desde días atrás, los Iquiqueños estamos consternados por el incendio y desaparición de la Iglesia San Antonio de Padua, monumento histórico desde 1994.
Construida hace 120 años, era un ícono arquitectónico de la ciudad de Iquique y centro religioso, pero lamentablemente se quemó. Nada pudo hacerse para vencer el fuego y, simplemente, desapareció de la faz de la tierra. Fue una imagen dantesca.
El hecho produce una tremenda pena, dolor y consternación, pero también nos debe entregar una enseñanza y dejar un desafío de superación. Por favor autoridades: evitemos futuras catástrofes similares.
En la región y particularmente en Iquique, existen muchos edificios históricos los cuales deben ser intervenidos con tecnología y no solamente ser mantenidos o refaccionados para evitar su daño natural por el tiempo y el clima.
Ni hablar de lo que podría ocurrir con un siniestro de gran magnitud en calle Baquedano.
Como señalo, mil veces preferible invertir en tecnología que en pintura. Hagamos prevalecer el fondo que la cáscara.
Lo hemos dicho en columnas anteriores, estos edificios históricos deben protegerse y la pregunta es cómo.
En mi opinión se les debe incorporar tecnología, tales como tecnología de combate inmediato y sistemas de alarmas eficientes que permitan actuar rápidamente frente a un amago de incendio.
Existe una comprobación empírica de los expertos: incendio que no se es capaz de atacar en lo inmediato, ya solo puede confinarse.
En el interior de los edificios patrimoniales debe incorporárseles sensores que permitan monitorear su estado, detectando cualquier anomalía en su interior, midiendo temperatura, calor, detectando fuego e instalando sistemas de pre-acción tales como rociadores, nebulización de agua, conexión inmediata a bomberos y un largo etcétera que son de una total obviedad.
Los vehículos disponen de sistemas de protección y aviso, los aviones, las máquinas, las viviendas, los edificios (entre ellos los públicos) y sin embargo los edificios patrimoniales (invaluables) que transmiten nuestra historia no lo disponen.
No cabe duda alguna que las tecnologías señaladas deberían aplicarse a todos aquellos monumentos e iglesias del interior (ya tenemos casos catastróficos de desaparición de iglesias por incendio en nuestro país), acotando que se pueden sumar sistemas de agua y bombeo autónomos que permitan amagar el incendio “inmediatamente” ó mientras llegan los abnegados voluntarios con su equipamiento especializado.
Como siempre lo he mencionado y reiterado en columnas anteriores, la tecnología y la ingeniería está disponible, inclusive en la gran mayoría de las veces también están los recursos, pero lo que falta normalmente es darse cuenta y la voluntad de hacerlo.
¿No nos parece que estamos un poco equivocados y los énfasis están mal puestos?
Hernán Cortez Baldassano
Ingeniero Civil
hcortez@enersa.cl








