Ignacio Pérez, Director Escuela de Periodismo y Comunicaciones Universidad de Las Américas
En diciembre de 1990 los chilenos se preparaban para la novena Teletón que, con el lema “Nadie puede faltar”, buscaba motivar a todos para alcanzar la meta en un Chile que era muy distinto.
La democracia tenía nueve meses, las micros llenaban las calles de colores y humo, los autos Lada eran la sensación, el Metro solo tenía dos líneas y para ver películas en casa había que arrendarlas en VHS y devolverlas rebobinadas.
Pero el 1 de diciembre de aquel año Danilo Rodríguez Navarrete, un joven de 17 años hincha de Unión Española, falleció tras recibir una golpiza de barristas de la Garra Blanca, tras un partido donde los hispanos derrotaron 3-0 a Colo-Colo en el estadio Monumental. El pecado de Danilo fue estar con un gorro y una bandera de su equipo, para que seis delincuentes disfrazados de hinchas lo dejaran tan herido que la hemofilia que padecía aceleró su deceso.
El hecho causó conmoción ya que era la primera muerte acreditada en el fútbol chileno y la prensa hizo eco de la tragedia. La portada de revista Triunfo del 10 de diciembre escribió “Una muerte anunciada” y en su nota interior “Bajo el imperio de la sinrazón”. Por su parte, Minuto 90 señaló en su tapa: “Se veía venir: muerte en los estadios”, destacando que era la primera y ojalá la última víctima.
Mientras Colo-Colo dijo que no tenía vínculos con la Garra Blanca y que esta había sido disuelta, el ministro del Interior, Enrique Krauss, convocó a una reunión al mundo del fútbol y las policías, tras la cual se anunció un proyecto de ley para terminar con la violencia en los estadios, que se aprobaría recién en 1994.
Se cumplieron 35 años de la muerte de Danilo y la situación es peor. Desde 1990 la violencia aumentó y las barras dominan el fútbol, mientras los dirigentes y autoridades optaron por lo fácil: negociar con los violentos, limitar el aforo y prohibir el acceso de hinchas visitantes en partidos de alta convocatoria, alejando del estadio a la gente que solo quiere ver un partido, como Danilo. Siempre es más fácil parchar que dar una solución de fondo, como el chiste de Don Otto que terminó vendiendo el sofá.
Danilo no alcanzó a ver que la meta de la Teletón de 1990 se cumplió o que los autos chinos reemplazaron a los rusos Lada, que el Metro tiene seis líneas, que hay muchas micros eléctricas que no tiran humo y nadie va a devolver películas rebobinadas porque uno las ve cuando quiere. Tampoco vivió el descenso de su querida Unión Española, lejos de la alegría que sintió ese atardecer de 1990 tras salir del Monumental.
Chile es muy distinto al de hace 35 años, pero la violencia en el fútbol se convirtió en una realidad paralela de la que nadie se ha hecho cargo y hoy no está alguien por quien se dijo que todo iba a cambiar, pero todo ha empeorado.
Danilo nos hace falta, mucha falta.








