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Delantal con aroma de mujer, por Sonia Pereira Torrico

9 julio, 2023
en Columnistas
Delantal con aroma de mujer, por Sonia Pereira Torrico
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Tenemos constancia de que ya en el Siglo XIII los hombres (artesanos y cocineros) usaban delantales – hechos de piel de cordero-, aunque no fue hasta un siglo después que lo empezaron a vestir las mujeres. Más tarde, durante la Revolución Industrial, los delantales se adoptaron como vestuario en las fábricas.

En la literatura encontramos algunas referencias a esta prenda en el tratado The Complete Servant (Samuel y Sarah Adams, 1926), en David Copperfield (Charles Dickens 1849) y en Mujercitas (Louise May Alcott, 1868) entre otros más, como los relatos pampinos de las mujeres de las oficinas salitreras, las cuales se lucían preparando carne asada, a la olla o al horno;  el picante de gallina o el clásico guata con pata. 

Una tarde, como muchas otras, el panorama era visitar a mi abuelita Rosa, que en realidad era mi bisabuela paterna. Ella era una señora de cabellos grises, blanca como la nieve, dócil como la seda y dulce como la miel. Vivía en la calle Serrano frente al Hospital de Iquique y su casa tan llena de 

historia estaba construida de tablas viejas enceradas, con un techo alto pero muy sonoro que el viento siempre hacía crujir tenebrosamente. Cuando eso pasaba, yo huía despavorida a esconderme debajo de la cama de bronce. “¿Pasó?”, preguntaba y todos me respondían un “¡Sí!” al unísono.

Las ropas de la abuelita Rosa eran por lo general vestidos sencillos que dejaban entrever una enagua, un delantal blanquecino; desteñido, con aroma a cilantro, y espolvoreado de harina suelta sobrante, de un pretérito batido para un pescado frito con chilena o una masa tibia para hacer empanadas de frescos mariscos. Iba amarrado a la cintura, y siempre llevaba puestas unas pequeñas zapatillas negras para sus frágiles pies. Sus ojos azules cristalinos y su suave voz invitaban a la reunión más bonita de esos memorables atardeceres.

“¡Está listo el tecito!”, anunciaba amorosamente. Era una frase tan cariñosa, tan familiar, tan de ella. Una mesa de madera con bancas recibía al familión con tazas, pan caliente, mantequilla y mortadela. Así de humilde, así de simple era Rosita pero todo hecho con mucho cariño. Con su sagrado delantal, cocinaba, picaba la cebollita finito, secaba las lágrimas de la llorona esa o de la malquerida que llevaba guardada en su pecho hambriento. Ay que dolor, mi pobre Rosita cocinando, planchando y lavando con tanto esmero. Su delantal lo lavaba a mano en la batea de madera, con la escobilla borraba las grietas de innmuerables platos, dulces y menjunges. Preparaba con dedicación el chanchito al horno, ocupando el delantal como guantes para ver si estaba a punto de ser servido en la mesa larga, esa que invoca todas mis nostalgias.

Yo siempre le pedía otra taza de té. Es que lo remojaba con cedrón, hierbaluisa y canela; era imposible no tentarse. Mientras ella se secaba las manos en el delantal, le preguntaba , “¿Y me hace otro sanguchito también?”. Amorosamente corría tras la mortadela y las hallullitas calientitas de la esquina. Ella sabía que yo estaba a dieta, pero me guiñaba un ojo y me decía al oído, como si estuviera haciendo una travesura: “no le diremos nada a tu mamá”.

Después de esa once yo siempre salía al patio. Me encantaba estar en ese lugar, era pequeño con muchas plantas y muy acogedor. Se sentía el aire fresco de la tarde y yo era feliz jugando con los chanchitos de tierra. Rosita ocupaba su delantal para recolectar la ruda, el paico y el apio que crecía como malesa en el patio. 

Rosita se fue a los cielos hace muchos años, así como la creencia que el delantal pertenece a sólo una mujer sumisa. Actualmente lo ocupan hombres y mujeres para distintas funciones; camareros, baristas, cocineros, enfermeros, peluqueros, garzones, mayordomos, chefs, trabajadores domésticos, peluqueros, zapateros, floristas, etcétera. Existen diversos modelos, materiales y temáticas. La vuelta a la comida artesanal y productos saludables por ejemplo, representan un movimiento que ha permitido el crecimiento de los delantales vintage. Sin embargo, a pesar de la globalización, existe una mujer hermosa en la ciudad de Iquique llamada Mamá Alicia que protege sus ropas del humo y los condimentos, con un delantal de cocina adherido a la cintura con trabas de ropa. Desde pequeña, sigo fiel a esa imagen maternal, no ha cambiado a pesar del paso inexorable del tiempo, como tampoco el amor que provee con sus santas manos todos los días del año. Ella es mágica, prepara el mejor pollo relleno, pescado frito, perol de pulpo, y las cremas de verduras más sabrosas. Ahora entiendo porque mi papá se enamoró de ella. Quedamos sus hijos en la tierra del Dragón, para seguir escribiendo la historia de un delantal con aroma de mujer.

Sonia Pereira Torrico

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