Hace muy pocas horas ha concluido la cuarta versión de “Desierto Escénico”, un encuentro que pone en relieve el quehacer, los enfoques, las tendencias y los artefactos del teatro de regiones. Un espacio destinado a la reflexión, al aprendizaje y al entretenimiento, tanto de los hacedores como del público. Una excelente plataforma para aprender, compartir y proyectar el trabajo de decenas de artistas independientes, profesionales y no-profesionales, que en muchas ocasiones son invisibilizados por el centralismo cultural, pero que a pesar de ello siempre luchan y se desviven por sus proyectos y sueños.
Sin temor a equivocarme, este evento constituye un verdadero orgullo para la familia teatral, pues nos permite revivir un rito de libertad creativa que surgió hace muchos años, precisamente en este territorio, con Luis Emilio Recabarren y su teatro obrero, y que ahora sus descendientes, con voluntad y mística, retoman para dejar un vivo testimonio de amor por el arte.
Por otro lado, frente a las endémicas e históricas carencias infraestructurales, materiales y económicas que deben padecer la mayoría de las agrupaciones teatrales, se contrapone esta iniciativa producida por el Teatro La Desierto, y liderada por Felipe Díaz y su equipo de trabajo; la que busca promover la asociación entre los grupos y artistas, consolidar el proceso de crecimiento y la amplitud de miradas buscando la mayor equidad posible, crear redes, fortalecer lazos creativos y otorgar mayor presencia a las compañías y artistas de las diversas zonas, en especial del norte de nuestro país.
De la concurrencia y el buen recibimiento del público los organizadores deben sentirse muy satisfechos, pues fuimos testigos que en todos los recintos facilitados para este evento la participación de los espectadores fue mayoritaria. Así, con regocijo, lo pudimos advertir en las salas Akana, Veteranos del 79 y Tarapacá, donde la gente fue protagonista. Fue evidente que grandes y pequeños gozaron de esta fiesta, ataviada por una gama de colores, temáticas y estilos, los cuales contribuirán a desarrollar las capacidades perceptivas y emotivas de los espectadores, a generar nuevas audiencias, y a plantear nuevos desafíos a los trabajadores de esta manifestación escénica.
Otro punto apreciable fue la decisión tomada por los gestores de destinar, de manera generosa, un lugar privilegiado a la celebración de los 40 años de vida artística del Teatro Universitario Expresión, el que se materializó a través de las peculiares lecturas dramatizadas de algunas obras del director de esta entidad, la proyección de un video documental que sintetizó la historia del Teatro Expresión, como la entidad más longeva del puerto que aún permanece vigente, y, finalmente, se hizo una promoción de su fructífera labor en distintos soportes comunicacionales. De modo objetivo, este es un gesto noble que se encamina por la senda del reconocimiento y la solidaridad entre los artistas, acción que fortalece el espíritu unitario de la colectividad teatral.
De las “puestas en escenas” hoy no ahondaremos en los aspectos técnicos, ya que sospechamos que todas han sido hechas con amor y pasión; reconociendo, por supuesto, que cada elenco vive diversos estadios de desarrollo, y que a cada uno los motiva algunos supuestos ideológicos y estéticos que consideran pertinentes para los fines sociales y artísticos que pretenden instalar en su comunidad.
Imaginamos que si todas las actrices, actores, diseñadores, directores, técnicos y productores que desfilaron en escena estuvieran contratados a tiempo completo o por lo menos contarán con una subvención para dedicarse solamente a crear, de seguro otro “gallo cantaría”. Pero como ese estado ideal aún se ve lejos de alcanzar, por lo menos bajo la estructura social imperante, entonces, debemos reconocer que lo hecho hasta ahora por estos “locos creativos” es muy encomiable y digno del respeto social.
Luego de vivir esta intensa y alegre fiesta teatral, creo que todo el mundo se fue con la retina llena de imágenes maravillosas, pero con el pensamiento de que siga esta fiesta porque es ventajosa para todes quienes están sobre y bajo el tablado. Igualmente, pudimos confirmar que el teatro de regiones está en manos de jóvenes creadores, cuya preocupación central es el compromiso con sus realidades, la ética y la didáctica escénica, más que por la parafernalia estética o “el arte por el arte”. En ese sentido, identificamos que algunas de las propuestas tuvieron un alto componente de transgresión, pero también exhibieron un alto porcentaje de riesgo. No cabe duda que si no hay riesgo no existe la verdad en la creación. El artífice tiene la obligación y la necesidad de equivocarse, juzgamos que solamente así podrá encontrar la luz a sus propios derroteros, y, por ende, logrará forjar un escenario que contribuya tanto a su elevación como la de sus beneficiarios.
A modo de conclusión, el festival permitió a los receptores vincularse con otras visiones del mundo, buscando establecer un diálogo que incitara el pensamiento crítico sobre cuestiones de la vida contemporánea, y, asimismo, concibiera disímiles y genuinas emocionalidades.
Hoy, una vez cerrado el telón, nos queda la fresca y dulce sensación que experimentados una jornada copada de saberes y emociones, ya que al navegar por todas las actividades teóricas y prácticas programadas redescubrimos que el teatro es un mágico campo donde es posible develar muchas cuestiones ocultas y escamoteadas por los intereses de los poderosos; donde es dable conocer una multiplicidad de maneras de construir un mundo distinto: inclusivo, equitativo, democrático y ético. Suponemos que esta lógica moviliza no solamente a la gente de teatro, sino también a millones de hombres y mujeres que, día a día, sienten, sufren y batallan contra los paradigmas políticos, sociales y culturales inicuos y perversos, que impiden erigir un entorno digno y feliz que muchos con justicia aspiran.
Por todos los alcances y resultados narrados, especulo que sería sustancial que este evento tuviera un aporte estable por parte de la institucionalidad cultural, esto debido que, a nuestro juicio, constituye un soporte que habilita el diálogo de los ciudadanos con las problemáticas actuales de nuestra sociedad, tópico que podría articularse con aquellas políticas públicas que apuntan al desarrollo social y cultural de la región de Tarapacá. Por lo demás, una decisión política de esta naturaleza ayudaría a la existencia de un festival sólido, profesionalizado y sustentable en el tiempo.
Tengo el convencimiento, más aún estos días donde se encumbra el espíritu mercantilista, que requerimos de la ficción para entender la realidad, para hacernos preguntas y plantearnos perspectivas, con mayor razón si se hace de forma entretenida, lúdica e inteligente.
Por último, vayan nuestras sinceras congratulaciones a Desierto Escénico, y a las agrupaciones que dignificaron con sus obras esta enriquecedora inventiva artística. Aunamos fuerzas para que este encuentro trascienda en la historia y en la memoria de nuestra población.
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y escritor







