Son certeros los versos de John Donne que afirman que la muerte de cada ser humano nos disminuye porque no somos una isla sino un pedazo del continente, por lo que no cabe preguntarse por quién doblan las campanas: están doblando por nosotros mismos. Sin embargo, hay oportunidades en que el redoblar de campanas se confunde con el repicar amable del reconocimiento hacia el ejemplo que deja quien concluye su existencia física con la satisfacción del deber cumplido.
Eso ha ocurrido con el reciente deceso del Presidente Sebastián Piñera. Desde luego, su círculo familiar y amistoso más cercano, entendiblemente, ha experimentado el dolor brutal que provoca su ausencia. Pero, en paralelo, se han destacado sus brillantes capacidades intelectuales y laborales, unánimemente ratificadas por quienes tuvieron el privilegio de trabajar con él en el servicio público o la empresa privada. Asimismo, el juicio ponderado de la historia, más temprano que tarde, reeditará las páginas que con decisión trazó para la recuperación y consolidación de la convivencia democrática entre los chilenos. Su integral biografía demostrará que desde joven supo que una democracia, más que un régimen de acuerdos, es un sistema para convivir en condiciones de profundo y persistente desacuerdo.
Por ello, en los funerales de Sebastián Piñera el triste doblar de las campanas se diluirá en un optimista repicar.
*CORUSCO
(Consignado en columna Día a Día de El Mercurio)