Hoy estamos donde estamos, en gran medida, gracias (o por desgracia) a las revoluciones industriales, iniciadas desde el año 1750.
Existieron dos grandes etapas. La primera revolución industrial, se desarrolló entre los años 1750 y 1870, período en el cual existía una economía rural y comercial, donde los procesos eran manuales y se utilizaba la tracción animal. En este período, se comenzó a utilizar el carbón para la generación de vapor, el que a su vez, se utilizaba para el movimiento de la maquinaria y el transporte terrestre y marítimo.
En 1769 se inventó la máquina a vapor (Watt), en 1792 se creó la lámpara de gas, en 1800 la pila eléctrica (Volt), en 1837 el telégrafo (Morse), y en 1849 la turbina Francis, utilizada hasta el día de hoy para la generación de electricidad en represas.
Una segunda etapa, denominada como segunda revolución industrial, ocurrió entre 1880 y 1914. En estos años, la economía pasó, de ser una economía rural, a una economía urbana, industrializada y mecanizada.
En este período, aparecieron nuevas fuentes energéticas, tales como el carbón, el gas y el petróleo. Se comenzó a fabricar el automóvil, el avión y la invención de las comunicaciones en sus formas más modernas.
Grandes avances se lograron en estos últimos 260 años de historia, pero la gran mayoría, si es que no todos, se basaron en una economía fundamentada en la explotación de los hidrocarburos: la fuente energética estrella hasta hace poco.
En estas etapas hubo grandes cambios sociales y políticos, se formaron sindicatos, se generaron movimientos sociales, migraciones, se redefinió el factor comercio, el trabajo, la alimentación y la educación, entre otros cambios de mucha importancia.
Sin embargo, todo esto ocurrió en el contexto de un denominador común: la explotación y uso del petróleo.
Obviamente, ambas revoluciones industriales provocaron los desarrollos económicos y sociales que estamos viviendo hoy día, con impactantes avances, comodidades, y llenos de energía, quizás en abundancia, ya que los conceptos de eficiencia energética son solo más recientes.
Pero lamentablemente, la doble cara de estos tremendos avances son los altos costos provocados.
Principalmente, generaron los grandes problemas medioambientales que hemos comenzado a evidenciar y palpar desde hace algunos años, los cuales están provocando impactantes desastres climatológicos con impactantes resultados en la vida cotidiana.
Generalmente se cree que se exagera en los pronósticos de los efectos del uso indiscriminado de los combustibles fósiles, por sobre el medio ambiente, pero está claramente comprobado que, de no mitigarse las acciones del hombre, los impactos serán cada día peor.
En este contexto, todos tenemos grandes responsabilidades y desafíos, los inversionistas, el sector público, el sector municipal, las universidades, los empresarios y los estudiantes; y todos debemos bogar, desde nuestras distintas posiciones, para mitigar y ser conscientes de los impactos que nuestras propias acciones están teniendo por sobre los daños en nuestro propio hábitat.
Tendremos que pensar y repensar nuestra forma de trabajar, en cómo debemos producir los bienes y servicios, en cómo nos movilizaremos y en lo que debemos enseñar en nuestros establecimientos educacionales.
Hernán Cortez Baldassano, Ingeniero Civil, Gerente General Ingeniería Enersa
Presidente ONG Comunidades Sustentables