Al comenzar a escribir estas líneas, mi memoria no puede abstraerme de mis años de joven adolescente. Mirar el pasado después de 48 años es un tiempo más que suficiente para hablar acerca de la muerte y holocausto del Presidente Salvador Allende. Hecho histórico que aún nos divide. Deseo dejar en claro que el presente artículo, es meramente una breve descripción de las circunstancias generales de lo vivido en aquella época. Cada persona tiene el derecho legítimo de tener sus propias opiniones al respeto y discrepar con mis puntos de vistas.
La victoria de Salvador Allende el 4 de Septiembre en 1970, marcará la historia de nuestro país. Para bien o para mal, el neocapitalismo postmoderno tiene en esta efeméride, a mi juicio, una profunda conexión política. La llegada de S. Allende a la Moneda no fue fruto de generaciones perdidas en el espacio del tiempo, más bien de un pueblo tras sus sueños sociales desde los mismos orígenes del siglo XX. Es cierto, Allende en esa elección democrática no obtuvo una arrolladora mayoría (36,2%). También es cierto, que no tenía mayoría parlamentaria para impulsar los cambios que propiciaba su gobierno. Estábamos en presencia de una coalición política como era, la Unidad Popular, que recién comenzaba a ganar mayor representación en el poder legislativo.
Recordemos. En aquel tiempo las grandes potencias mundiales, EE.UU. versus Rusia, vivían una guerra de intereses ideológicos, económicos y políticos al extremo de poner en peligro la paz del planeta bajo la amenaza constante de una guerra nuclear. La famosa guerra fría, el capitalismo contra el comunismo, viceversa, una lucha diaria que era tan fuerte, aguda y salvaje que cualquiera de los regímenes podía convertir en polvo a cualquier país que pusiera en peligro sus ideales e intereses.
El triunfo de S. Allende no fue ajeno a la intromisión del imperialismo norteamericano. La CIA jugó todas sus cartas para hacer fracasar la vía pacífica al socialismo. Tengo en mis manos el libro “Mis Memorias” de Henry Kissinger, donde, reconoce tal intervención en Chile, páginas 455 a la 475. A esta estrategia se sumarían los actores nacionales contrarios a las reformas revolucionarias del Mandatario que intentaba transformar nuestra sociedad; de este modo, la oposición más conservadora cooperó en forma directa con el derrocamiento de S. Allende. Antes que una salida democrática por medio un plebiscito nacional, optaron por un golpe de estado fascista. Entonces, la crisis económica impulsada externa e internamente por la derecha de la época, además, de los graves errores cometidos por la Unidad Popular y del mismo gobierno, conllevaron la extrema polarización política ciudadana. Siendo estos importantes factores para la traición y de la instalación de la dictadura cívico militar.
El odio, la intransigencia y la violencia, los que ganan en la riqueza y otros que pierden en la pobreza, las utopías o el desabastecimiento, fueron el contexto de un Chile al borde de una guerra civil. Las múltiples razones de un Presidente democrático y experiencia única en el mundo, abruptamente, quedaron sepultadas. Las esperanzas de un Estado más justo y solidario socialista quedaron en el camino del quiebre republicano.
De lo errores cometidos y de las responsabilidades compartidas en forma transversal, de las críticas y autocríticas, debieran ser parte de un legado cultural que bien no debiéramos olvidar jamás. Los mil días de Salvador Allende, ejemplifican la consecuencia y lealtad con su programa presidencial de las 40 medidas. Los hechos nos explican que jamás existió un plan “Z”. Simplemente, lo que viví se remonta a los hechos de un médico que llegó hacer Diputado, Ministro, Senador y Presidente de la República y que en su laboriosa actividad política nunca olvidó el Norte Grande.
Finalmente, en sus propias palabras “No es que yo tenga convicción de mártir o pasta de apóstol, sino que entiendo perfectamente cuál es mi obligación con el movimiento popular… no me veo en el exilio golpeando puertas, pidiendo ayuda para algo que no supe defender o que no estuve dispuesto a defender hasta las últimas consecuencias”. Con su vasta trayectoria política, de ser el “compañero presidente”, honró la dignidad del máximo cargo en el Palacio de La Moneda. Ahora la historia se escribe hacia adelante y no podemos quedarnos en el pasado, reviviendo nuestros dolores.
Nelson C. Mondaca Ijalba.
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