El canto del mar invade la avenida principal . Estoy cruzando la Lan hacia la playa inmortal. Las memorias pedalean por pastos y veredas. Creo que voy a desfallecer, me consumo en los recuerdos , ya me falta el aliento. Las pupilas se dilatan con las aguas mansas, están solitarias como mi alma en tierras lejanas. De punta a punta, escucho al heladero ofreciendo chupete helado , por el otro extremo el cuchufli barquillo que lo grita por todos lados.
El Saladero, dirección obligada para todos los cabros del puerto, con el espinazo quemado, los labios partidos y el pelo salino revuelto. Así se vivían las tardes de verano en Cavancha, barrio antiguo, de religiosidad y carnaval, sin elefantes, sólo casas, historia, restaurantes de pescados y mariscos.
Sólo los iquiqueños sabemos que es tirarse un piquero en el Saladero. Junto a la Poza de los caballos y Buque Varado, este sector es perteneciente a uno de los barrios más antiguos del puerto, Cavancha. Aquí se baila o juega en el club deportivo Cavancha. Filomena Valenzuela, es la calle principal, nombre que es un homenaje a la cantinera de la Guerra del Pacífico. Se celebra la fiesta de San Pedro y San Pablo y la época de carnaval con el entierro del Rey Momo. Sin embargo, es el barrio más afectado por la grúa inmobiliaria.
No obstante, los recuerdos cobran vida en un Iquique cosmopolita, donde tirarse un piquero en el Saladero es todavía al igual que el Lonche y el Carnaval una institución más del glorioso.
En los ochenta, niños y jóvenes siguiendo la huella de grandes nadadores como el seleccionado Juan Belmar, se tiraban desde la grúa con los brazos extendidos o haciendo una bombita. El iquiqueño literalmente se iba caminando, a pata pela, pisando las sombritas para juntarse con los cabros en el saladero. Era espectacular tirarse del muro, de la grúa, del techo del muelle. La idea era siempre vivir una constante aventura y adrenalina, cuando estaba llena, pero arriesgado tirarse con la baja marea. Había que esquivar a los lobos marinos. Un clásico después de cada clavado, enterrarse conchillas o espinas de erizos negros. Pero que importa, como dijo el entrenador de Rocky; Mickey… don’t pain ; no hay dolor.
Bombitas o cualquiera que sea el clavado, el entusiasmo proseguía hasta lograr el perfecto. A mí me gustaba ver a mis amigos conquistar la hazaña, yo sólo capeaba tumbos y hacía playitas en Cavancha. Pero nos juntábamos todos con un mismo destino, regresar a casa a pata pelá, con la piel colorada como una jaiba. Comiendo un membrillo mojado con agua salada para capear el hambre de la tarde.
Que ganas de tirarme un piquero y perder el miedo, que ganas de ver a mis amigos y retroceder el tiempo, que ganas de volver a un lugar mágico llamado el Saladero.
Sonia Pereira Torrico
Fotografía: Añoranza de Iquique
