Señor Director: Estudié en un colegio particular. Muy bueno. El 95 % de los que estudiamos ahí, desde básica a la media, logramos títulos universitarios.
Eran otros tiempos, evidentemente. El colegio recién empezaba y necesitó de los apoderados (nuestras familias) que pagaban la mensualidad y siempre estuvieron dispuestos a colaborar. Incluso era tan organizado que alcanzaba para incorporar escolares becados.
Nunca nadie hizo cuestión de los bingos o las kermeses que se organizaban. Claro está que los apoderados estaban involucrados en el rendimiento de sus hijos. Había un compromiso total. La disciplina y la severidad eran la norma. Nadie se traumaba. Había mucho deporte y acciones culturales. Aún recuerdo la biblioteca.
En 1962 llegaron pupitres y eran una maravilla, un lujo. Teníamos cancha de fútbol, de básquetbol y de vóleibol. Para los bingos llegaron cartones norteamericanos que muchos años después aparecieron en el país.
Yo creo que cuando hay que ayudar hay que buscar la mejor fórmula para colaborar. Hay que negarse a la mezquindad. No tiene nada de malo. Como les decía, yo viví este tema y lo mejor es que el colegio cumplió con creces su dedicada entrega educacional. Mi colegio es uno de los mejores recuerdos que tengo ahora que soy de la tercera edad.
Sé que hoy los padres y apoderados no se involucran cien por ciento en la educación de sus hijos. Y ahí están los pésimos resultados. Los reglamentos de disciplina de los establecimientos educacionales nadie los respeta. Los profesores no quieren ser sumariados y los directores quieren los menos problemas posibles. Así no se llega a ningún lado. La fórmula es padres comprometidos, profesores estrictos que apliquen disciplina y severidad y los que tienen que poner la infraestructura que lo hagan a tiempo, sin trámite ni burocracia.
Fermín Jara Guerra
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