Quiero comenzar estas letras con una frase del poeta Antonio Machado.»Caminante no hay camino, se hace camino al andar». En Iquique se celebra los 365 días del año, así no más, ya lo decía Francisco Javier Ovalle, aquí se vive un eterno carnaval.
El ciclo ceremonial y ritual, por una mejor agricultura y ganadería fue encerrada bajo el violento rótulo de paganismo. Sin embargo la herencia de la pacha andina se expandió a todos los rincones con el sincretismo, triunfó la identidad, el arraigo y la construcción cultural. Partimos con los carnavales barriales en verano, un respiro escolar, semana santa y homenajeamos a los héroes de mayo en la plaza y en la boya. El 29 de junio se celebra en la costa a San Pedro y San Pablo y los ensayos de la plaza Arica concluyen con la despedida, cimentando los primeros ecos de la bienvenida a la Virgen del Carmelo, en la cruz del calvario. El tata Inti abriga los corazones y los impulsos se ajustan de fiesta en fiesta según la necesidad de la promesa.
Era característico ver el auto cargado hasta el tope según sea la ocasión y los días del calendario, me llamaba poderosamente la atención el pulpo mágico que amarraba y sujetaba los monos y petacas para asistir a una fiesta más en la explanada de la pampa. La fiesta de La Tirana, espacio variopinto socio-cultural multifacético, pluriétnico y plurinacional, había cesado con el adiós de los bailes, una semana más nos reencontramos en la Tirana Chica. Diez de agosto, calles de color café, la fiesta del santo Patrono de los mineros, el compadre, el amigo de los parroquianos, al que quemaron por cristiano por defender al más pobre de los pobres; el tesoro de la iglesia.
Uno va aprendiendo en el trayecto de cada viaje, el origen de las fiestas religiosas, la importancia de la madre tierra, el agradecimiento infinito por la generosidad de habitar en suelo tarapaqueño. Nada es al azar o casualidad, aquí hay una causalidad, una historia que contar.
Un calendario colgado en la pared estaba marcado por los feriados y las fechas importantes, la identidad del nortino está profundamente arraigado a los carnavales y las fiestas patronales. Asimismo, fiestas más pequeñas como alferados en el pueblo de Huarasiña, Pachica o Camiña. Mamá preparaba pollo al jugo con arroz blanco y papa a la huancaína para almorzar en una estación con sombrita. El hermano más pequeño se refrescaba en las alturas y de paso con el jugo desbordante de un mango piqueño. Embetunado el cabro chico y con la boca de color amarillo, seguíamos la ruta pampina a alguna fiesta patronal en adoración a un santito de un pueblo bendito. En el camino, nos reconocíamos con otras familias, amigos, artistas y parroquianos preguntando por ese desaparecido aquel o el que se casó y no invitó . Pueblo chico, infierno grande, las comunicaciones nos mantienen vigilantes, pero en buena onda, con cariño y preocupación, salvo la vecina que jamás salió del ostracismo oculta detrás del velo de la memoria, porque se dedicó a cuidar a la mamita enferma. Mientras la tierra comenzaba a saltar para alcanzar el sol, se acortaban las distancias entre el mar y los cerros, para ir a bailar una cueca nortina o conquistar un cachimbo de Tarapacá. Yo era bien chiquitita y me gustaba harto el balanceo del pañuelito, moviendo los piecitos con este baile nortino acordes al ritmo de la música. La chusca revuelta se metía por los pies y la cara, agüita había por doquier, los canales abundaban por la geografía de cada oasis de la pampa. ¡Uf!, maravilloso sumergir la cuerpa, el tata Inti se alegra por esta fusión y una sonrisa cómplice con otras personas. En Pica por ejemplo llegábamos a la fiesta de San Andrés en noviembre, bailando y comiendo sin revés, en Matilla y Camiña la misma cuestión, especialmente engullendo los choclos blancos con mantequilla.
El niño nortino sigue creciendo, vamos de fiesta en fiesta entre febrero y noviembre. Diciembre cambia de colores, la celebración se vive en el puerto con el tira pastilla viejo caga’o.
No hay respiro en la ciudad puerto, el bronce tiraneño arde en mi pecho y en el del niño con ascendencia croata pero de corazón pampino. Él pidió un deseo a la Pachamama y a la madrecita que se fue a los altos cielos. Ser un diablo suelto y rendirle tributo con orgullo a la Chinita cada 16 julio.
Sonia Pereira Torrico
(Foto enviada por la columnista)