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Gigante de piedra, por Sonia Pereira Torrico

27 abril, 2025
en Columnistas
Gigante de piedra, por Sonia Pereira Torrico
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En el barrio glorioso El Morro, donde las calles angostas se entrelazan con la historia y la pasión, había una vez un lugar habitado por seres de luz. La brisa marina acariciaba las casas antiguas, y las nuevas llenas de vida, latían con el ritmo del corazón de la ciudad. Un lugar perfecto para fluir en la emoción y el amar sin condición. Los amigos, “El Indio Huiro”, “Loco Choro Manteca”, “El guatón satisfecho”, “Loco Checura”, “Care Cuchillo”, “Gringo Choche”, “Rasputín”, “El Monje”, “Pitigallo”, “Loco ni lleno” y el “Pituto”. Toda vez vinieron con el sol y las olas con un equipaje sencillo, a quedarse, para dibujar una sonrisa y borrar una lágrima, tal cual la fidelidad de las gaviotas.

El Barrio tiene seis mil años de historia, está vinculado a los terremotos, al océano pacífico, cruzando por el barrio peruano, pescadores, mariscadores y hoy con un presente globalizado. 

Las campanas de la iglesia Santísimo Sacramento, anunciaban danzantes a diario el amanecer radiante, los niños jugaban en las calles a la pelota, a la payaya, al luche y los vecinos se reunían en las esquinas para ponerse al día de lo acontecido y disfrutar del sol que se reflejaba en el mar, ese que Iquique sabe dar.

No existía el temor y el miedo. Cada persona cuidaba el barrio como si fuera suyo, como si fuese  parte de un trato entre hermanos.

Antes de comenzar el día, estos seres amorosos se saludaban con un abrazo, un avísale, un avisándole para otorgar un aliento de paz y sin engaño. Reinaba la armonía en total sincronía como la música de las bandas de bronces en las fiestas patronales.

El Morro, ese gigante de piedra que se alza hacia el cielo, era el guardián silencioso de la historia y la tradición. Sus murallas habían visto pasar generaciones de iquiqueños, que con orgullo y pasión habían defendido su tierra y su cultura. La gloria del barrio se reflejaba en cada esquina, en cada casa, en cada historia que se contaba de padres a hijos.

Sin embargo, los elefantes blancos irrumpieron sin razón el barrio nativo del amor, dejándolo cautivo y sin respiro. Se llevaron las tradiciones, las costumbres y la alegría que una vez reinó en las calles. No obstante, descuidaron la más preciada, la esencia del barrio, ella era la primera de toda la creación. Al caer el último crepúsculo de los 7 días, la esencia del barrio perdía su brillo por falta de cuidado y amor. Cada día que transcurría, perdía vida y color 

-Despierta vecino, dice Toño del block A-2.

 – No quiero hacerlo, mis amigos se han ido y yo solo desvarío entre su ausencia y falta de cariño. 

-Clemencia te pido. ¡Ayúdame a recuperar nuestro barrio!, insiste el niño de los cabellos rubios.

– Para qué, el intruso lo tiene prisionero sin escape y sin regreso. 

-Llamemos a los artistas, pescadores , mariscadores, profesores, deportistas , dirigentes del barrio de mis amores, con su creatividad  liberarán a nuestra gente y ganaremos la batalla, replicó Toño sin vacilación.

La música de las bandas de bronces remueven las calles del barrio. Los vecinos abren las puertas para un nuevo viaje de esperanza.

 -Escuchad el ritmo de las diabladas… el clamor de un pueblo olvidado pide auxilio y fin a sus tormentos, dice uno de ellos.

El joven morrino se oculta en una esquina, quiere ser espectador de este hermoso momento. Las puertas se abren por la fuerza poderosa de la unión de los vecinos. El joven mira temeroso y nervioso, extraña a sus amigos y familiares, esos que ya tomaron el boleto definitivo de viaje, especialmente a mamá, otra linda chiquilla que cantaba » Gracias a la vida» con la guitarra debajo de una palmera.

 – Tengo miedo suspiró Toño, vengan pronto que el barrio se está muriendo muy hondo.

Un ruido estruendoso provoca un festejo en el barrio. 

-Son ellos, se asomó un pampino…

Despierta joven, sal de tu escondite, tu gente está en las calles en busca de alegría y vida. La esencia del barrio volvió a brillar. Las tradiciones y el carnaval regresaron a las calles citadinas, los seres del barrio iluminan como sus ancestros las noches de fiesta cada año.

El Morro, ese gigante de piedra, vuelve a sonreír, su corazón late con fuerza, su espíritu revive. La gloria del barrio se refleja en cada esquina, en cada poza, en cada historia que se cuenta de padres a hijos.

Al Toño le entregan la medalla del valor y es elegido el protector. ¿Por qué?… detrás de sus ojos temerosos, existía la única arma para vencer en esta partida… la fe.

Sonia Pereira Torrico

Fotografía: UG-arte Lira

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