El cese temporal de la ‘guerra comercial’ entre China y Estados Unidos fue, sin duda, el saldo más relevante que deja la última reunión del G-20, que congregó a las economías más importantes del mundo, incluidas las emergentes, y que tuvo lugar en Buenos Aires, Argentina.
Iniciada la semana, las bolsas mundiales reaccionaron con optimismo, ante el acuerdo que, en la práctica, compromete a ambas potencias a no imponer nuevas barreras arancelarias a partir del 1 de enero del próximo año, e iniciar negociaciones por los próximos tres meses, en torno a mantener el 10% de aranceles a las importaciones chinas por parte de Estados Unidos e incrementar el volumen de compra por parte del gigante asiático al país del Norte.
En efecto, el gran reclamo de Trump giraba en torno a una relación de desequilibrio entre ambos países, toda vez que Estados Unidos exportaba menos productos al mercado chino, respecto de las importaciones que llegaban de China.
Producto de la tregua, el gobierno chino se comprometió a moderar el desequilibrio comercial y comprar mayor cantidad de productos como los vinculados al sector agrícola y el gas natural.
Para nuestro país, de no mediar este acuerdo, los efectos de una guerra comercial, tenían directa relación con el sueldo de Chile: el cobre. Dicho en simple, China dejaba de comprar el metal rojo, aumentaba el costo de producción, disminuía la demanda y, por consiguiente, dejaba de entrar dinero a las arcas fiscales.
Tal vez sea muy temprano para sacar cuentas alegres, pero si es momento de replantear el eterno desafío de la diversificación de nuestra economía. Hay espacios de mayor crecimiento, por ejemplo, para la industria vitivinícola, del litio y también forestal, más allá de la tregua.
Catalina Maluk Abusleme
Decana Facultad de Economía y Negocios, U. Central