Entrando en la recta final del año, marcado por el cierre del período universitario y escolar, en donde muchas familias viven semanas intensas, evaluaciones importantes, decisiones académicas y jornadas más cargadas de lo habitual, vale la pena recordar que tenemos la habilidad innata de corregular.
La corregulación se da entre los seres humanos debido a que somos mamíferos gregarios con capacidad de sensar los peligros del entorno. En esta línea, la neurocepción es nuestra habilidad de detectar si el entorno (y quienes lo componen) es peligroso o seguro. Registramos el nivel de actividad del sistema nervioso de los demás al interactuar con ellos (verlos, oírlos y/o tocarlos), lo que nos informa cómo actuar en ese entorno. Si todos están riendo y muy cerca unos de otros, probablemente confirmaremos que es un lugar seguro y los imitemos. En cambio, si están muscularmente tensos y realizan movimientos bruscos, es probable que haya malestar y que también lo imitemos. En ambos casos, no sabemos la causa de su comportamiento, pero, resulta más eficiente imitarlos y quedarnos ‘pegados’ con las emociones de quienes frecuentamos, en lugar de preguntar por qué se comportan de esa manera. Así, la corregulación aparece como una habilidad innata, un fenómeno natural que poseemos para sintonizar nuestro nivel de alerta hacia su descenso, que frecuentemente se ha estudiado en la relación madre-hijo y que nos acompaña durante toda la vida pudiendo intencionarla en momentos clave, de mucho estrés, como suele ser el fin de año.
Un camino a la corregulación es la sincronización corporal mutua en una actividad simultánea, como preparar alimentos, ordenar las compras, colgar la ropa, lavar el auto, etc. Todas estas tareas cotidianas, cuando no hay pantallas interrumpiendo, facilitan la imitación corporal, y, por lo tanto, la sintonización de los sistemas nerviosos de ambas personas. Si además se intenciona una respiración abdominal enlentecida, una atención presente a los estímulos sensoriales (olores, texturas, colores, sonidos), movimientos corporales ralentizados y una disposición emocional de escucha activa, es mucho más fácil lograr una corregulación efectiva. Funciona incluso sin hablar de las emociones.
En contextos educativos, la corregulación adquiere un valor importante: cuando los estudiantes trabajan en grupo, cooperan y se observan mutuamente, sus sistemas nerviosos tienden a sincronizarse, favoreciendo la calma, la confianza y la disposición a aprender. Esta sintonía colectiva no solo reduce la ansiedad académica, sino que también potencia el aprendizaje social, mejora la comunicación y fortalece el sentido de pertenencia. Y es que ambientes donde se fomenta la cooperación y las interacciones seguras desde la afectividad positiva, suelen mostrar un mejor rendimiento académico, porque aprender deja de ser una tarea individual y se convierte en un proceso compartido que regula, sostiene y potencia a todos.
Nuestra invitación es a experimentar la corregulación como un poderoso mecanismo para el funcionamiento cotidiano, tanto al interior de las familias, donde facilita un piso firme sobre el cual se asegura una estabilidad emocional, como en los contextos de aprendizaje formales, donde favorece el despliegue de potenciales cognitivos y sociales, propiciando un sentido de conexión y existencia compartida.
Felipe Marín Álvarez, Dpto. Matemáticas, UNAB
Consuelo Guevara Ihl, Terapia Ocupacional, U. de Chile








