Nació en el barrio más hermoso del mundo, su adorado barrio El Morro, frente a los roqueríos donde el mar nunca descansa, cuyas olas se mueven intensamente, golpeando las murallas de la rada, como si quisieran abrirse paso y entregarse en cuerpo y alma. Ese poder hipnótico la elevaba desde su barca e inspiraba el vaivén de su corazón nortino.
En las mañanas, los cangrejos salían a saludarla; ella les devolvía el gesto amable con una sonrisa, para luego perderse con ellos en la poza de la casa de las rocas. Aquel lugar milenario era el refugio de sus amigos de la patria de la infancia, la misma comarca de Gabriela en Monte grande. Allí, al unísono, iniciaban un coro de piecitos de niños danzantes, escribiendo una poesía de amor que brotaba con la piedras y la espuma.
Descalza, sentía el calorcito de los granitos de arena y del pastito inocente. “Oh, palmerita del alma mía”, murmuraba, tan antigua como los changos, testigo de juegos y travesuras, guardiana silenciosa de la memoria del barrio. Allí fue feliz y aún lo era, porque ese grito seguía latiendo en su pecho hambriento de niña en tenaz crecimiento.
Jugaba al luche, al cordel, a las naciones, a la payaya, al papá y a la mamá. La piedra milenaria era su sede, allí se reunía con sus amiguitos, conversaban y decidían la próxima aventura. A veces era la chaya, otras la escondida, y corrían entre los blocks de la remodelación buscando lo imposible.
¡Eran tan felices con tan poco! Pasaron los años y muchos emigraron del barrio; unos se fueron a vivir a la cola del dragón, otros al centro, como ella, un lugar que le resultaba extraño, donde no lograba hallarse. Extrañaba sus piedras, los cangrejos y la bruma salina cubriendo su carita.
Ese acontecer comenzó a diluirse en un cuaderno, retratando los sabores, los aromas, los colores, los sentires, las tristezas , las penas, la alegría, la algarabía, la fiesta, el carnaval, los cumpleaños y las despedidas. Necesitaba escribirlo en demasía, aunque le daba vergüenza mostrar el alma desnuda y entregar su corazón . Creía que ser sensible era un error, ¡maldita sea! Pero escribía, escribía, escribía… hasta quedarse dormida y continuar soñando en el barrio de los techos planos . Mientras tanto, seguía llenando páginas con historias suyas, de otros, de doncellas y princesas valientes.
El tiempo pasó y su familia volvió a mudarse, aunque permanecieron en el barrio antiguo, y eso la alegraba. Allí seguían los colores y sabores de décadas pasadas, la historia del abuelo con su huerto al fondo del patio, junto al tendedero, donde convivían palomas, conejos y gallinas que daban alimento. Allí también se vislumbraba la abuela, barriendo la calle, esperando al lechero y salpicando con agüita la calle y la jardinera de la Violeta.
Cuenta la leyenda que pulmones verdes adornaban la ciudad, pero fueron desapareciendo con la modernidad. El pino oregón ha sido reemplazado paulatinamente por la grúa de cemento. “Por favor”, imploraba, “no se lleven mis recuerdos, no se lleven la mesa larga , la torta de manjar y durazno, el sanguche de pescado de la caleta, el bingo en el club social, la pichanga de barrio, el grito de gool, el saludo del vecino al despertar, el amparo de la santa , el juguito de mango, la challa, el aroma a cilantro y la nostalgia condensada en la banca de una plaza”.
Con el tiempo, perlas cubrieron el vestido a la niña bonita y cicatrices que deshojaron su presente. Sin embargo, el barro de sus heridas propició un nuevo comienzo. Seguir adelante, seguir siempre… soñando, esperando, albergando la esperanza de que la vida tiene un final feliz.
Y mientras tanto, siguió escribiendo. Historias de otros, historias suyas, relatos que de algún modo también eran espejo.
Hoy mira hacia atrás y entiende que cada cangrejo, cada olita que golpeaba los roqueríos, cada juego en la piedra y cada sabor de la infancia… habita en ella. Como salpicando el norte, lo esencial y la memoria de barrio y la sangre pampina. Y mientras escribe, mientras narra, sigue viva, latiendo en cada palabra, esperando ser compartida.
Sonia Pereira Torrico
«Gracias amigos, gracias a mi familia , a los artistas locales, y gracias al canal Nexovisión de La Serena por acompañarme y postularme al Premio Nacional de Literatura 2025. Siento este gesto como un regalo hermoso del universo, un regalo que comparto con todos ustedes. Porque, como siempre digo, cuando escribo no voy sola, vamos todos juntos, pedaleando hacia el camino de la felicidad».