De carpa en carpa camino descalza, así simplemente a pata pelada sintiendo el ardor de la superficie y los miles de granitos de arena entrelazándose con mis dedos, toda vez que se reencontraron con la alfombra marina, cuyo telón de fondo es el inexpugnable océano pacífico. Indistintamente del lugar, me recuerda a las vacaciones en la playa cuando era una niña aprendiendo a nadar. No he parado de hablar como loro del Iquique que se nos fue, la gente me mira, me observa, me analiza y dice; ¡esta chiquilla no tendrá otro asunto que atender!. Bueno siguiendo los pasos de la contadora de películas, me siento espectadora de un nuevo film, sentada en el palco principal, capturando el paisaje de un preciado loco, además de singulares personajes como el «chevy nova» y «don Gato» . Inexorablemente vuelvo a esas vacaciones doradas de mi adorada infancia en playa Chanavayita, donde decíamos julepe, tole tole, pupo, perol y a tota.
La aventura comienza en este rincón con el despunte del alba y el olor a mar que entra por la ranura de la tienda. El tata coloca la tetera para abrigar la cuerpá, mientras poco a poco aparecen de distintos recovecos, grandes y chicos, nadie se desespera por un celular, la verdadera conexión está aquí frente a la playa y el sonido del mar. Parece un sueño de verano, pero la realidad supera la ficción, en lo dulce y en lo amargo. En fin, aquí no vine a beber vinitos tristes sino dulces para resucitar muertos y encender a los vivos. Neruda hubiese festinado con el caldillo de dorado del viejo Tata. Pablo de Rokha se estaría chupándose los dedos con el loco mayo al plato, seguido de un roncacho frito enjundioso. Yo soy sólo una viajera en este mundo y siento al engullir cada bocado, estar sumergida en un éxtasis sin regreso.
¡ Han comido como sabañon!, exclama el tata, la dieta se fue a las pailas, responden los comensales con el pupo parado al unisono. Desde una esquina, los cuicos engalanan el campamento con grossas motor home y pastos sintéticos para no ensuciarse los pies y el esqueleto .Tienen apellidos rimbombantes, yo soy Pereira no más y de aquí no me mueve nadie, si el tata no me sirve otra empanada de loco.
Uf, se está acabando el día en la playa dorada, menos el tinto y la marea de esta inmensa nostalgia. La sobremesa la inaugura el tata con sus recuerdos en el barrio El Morro y de alojar por el año 1971 a un par de jueces del «campeonato mundial de pesca submarina». La razón cuenta él, «pucha mijita, en Iquique cortaban el agua y el hotel Prat no estaba ajeno a ese procedimiento y como yo recién había comprado este departamento en la remodelación, no nos cortaban el agua ni por se acaso».
Mientras el oleaje manso de la playa acompaña y no engaña, el viejo sabio de esta playa, concluye que el héroe de la jornada; Raúl Choque era un amigo mariscador y conocedor de los mares iquiqueños como la palma de la mano. Era tan bueno, que no tenía rival cercano, sus pulmones soportaban más de tres minutos bajo el agua e incluso en algunas ocasiones lo superaba. Ganó muchos campeonatos nacionales e internacionales, no obstante, él pertenece al puerto.
Quizás el mar de Iquique es celoso con sus héroes y la historia se escribe in situ en la tierra de campeones.
Sonia Pereira Torrico