El Hogar de Cristo cumple 80 años y, aunque las celebraciones son un buen momento para recordar lo que hemos logrado, también es una oportunidad para señalar lo que sigue fallando. Porque, no nos engañemos, la pobreza no ha desaparecido, simplemente ha cambiado. En Tarapacá, los números son claros y no necesitan ser maquillados: 8.533 niños y niñas viven en campamentos, y más del 70% de los colegios de la región son privados subvencionados. ¿Quién puede pagar esa educación a sus hijos, cuando apenas logra llegar a fin de mes?
Hablamos de «nuevas pobrezas» porque ya no se trata solo de falta de comida o techo, sino de una pobreza más sutil, que se cuela en las vidas de quienes, aunque nacieron en un país con PIB envidiable, siguen quedando fuera de los beneficios del progreso. Si miramos a los más pequeños, el panorama es desolador: el 43% de los niños entre dos y cinco años no recibe educación preescolar en Tarapacá. ¿Cómo esperamos que estos niños crezcan en igualdad de oportunidades si no logramos que sus cerebros, que son verdaderas esponjas en los primeros mil días de vida, sean estimulados con educación inicial en salas cunas y jardines infantiles de calidad?
El Gobierno Regional de Tarapacá quiere reducir el déficit de cobertura preescolar en un 30% para 2033. Pero, como afirmaba Gabriela Mistral, el futuro de los niños es siempre hoy; mañana será tarde. Diez años son una eternidad en la vida de un lactante. ¿Cuántos de esos 30.072 menores que hoy viven en pobreza multidimensional tendrán que esperar hasta la próxima década para que el Estado decida hacer algo efectivo? Más, en nuestra región, la que –en proporción– tiene el mayor número de niños, niñas y jóvenes en su territorio, representando un 27,7% de su población. La brecha es enorme.
Si hablamos de la situación de calle, los datos oficiales nos dicen que hay 700 personas viviendo en la calle en Tarapacá, pero las organizaciones sociales estiman que la cifra es más del doble. Unas mil 500 personas sin hogar en una región donde la migración ha puesto una presión adicional a los servicios sociales ya saturados. ¿La solución? Proyectos innovadores como “Vivienda Primero”, que ha logrado sacar a un millar de personas de la calle desde 2019 en todo Chile, pero que no está presente en Iquique.
Y luego están los adultos mayores. La gente está viviendo más, eso es un hecho, pero vivir más no significa vivir mejor. Chile está envejeciendo, y si no hacemos algo pronto, nos enfrentaremos a una crisis de cuidados que no logramos dimensionar, pese a que los síntomas del colapso ya se dejan sentir. En Tarapacá, el modelo de atención domiciliaria es una propuesta necesaria, pero la cobertura es mínima y depende en gran parte de la generosidad de los donantes. Recién en 2025 existirá un centro de larga estadía en la región. ¿Hasta cuándo vamos a depender de la caridad cuando se trata de derechos fundamentales?
Cerrando estos 80 años del Hogar de Cristo, inevitablemente surge una pregunta: ¿Hemos logrado un cambio real? La diversidad y complejidad de las pobrezas actuales no dejan espacio a la complacencia. Desafían al mundo privado, a las organizaciones de la sociedad civil y al Estado a atreverse con nuevas soluciones que se adapten a los tiempos presentes, permitiendo la integración de quienes siguen al margen de los logros de nuestro desarrollo. Hogar de Cristo se la juega por eso, pero para hacerlo necesita de los chilenos de corazón generoso, esos con los que Alberto Hurtado fundó lo que para muchos es su milagro cotidiano.
* Carlos Ramírez, Jefe de Operación Social de Hogar de Cristo.








