Hoy vivimos una nueva fiesta democrática, cuyo proceso tiene por propósito desarrollar las primarias para la elección de alcaldes y gobernadores.
Proceso bastante más lento respecto del plebiscito pasado, que nos hace pensar que el nivel de participación será inferior.
Ello obviamente refleja el gran interés que se tuvo en definir una nueva Constitución, no así tanto quiénes “administrarán” estos nuevos acuerdos democráticos.
Hoy, de alguna forma, se preseleccionan quiénes irán en la papeleta finalmente en abril de 2021, junto al proceso constituyente.
Sin embargo, cada vez que veo y reviso opciones de candidatos e interesados, me pregunto hasta qué punto hay un verdadero interés con fines desinteresados, de lucha por las necesidades de la población menos privilegiada del país, por dar las peleas por los más vulnerados, y que estos procesos no se transformen en un currículum, en un empleo, en una oportunidad de recibir buenas remuneraciones, entre otros beneficios que otorgan los cargos políticos.
Recurrentemente me pregunto, ¿qué pasaría con este exacerbado interés por la política si por ejemplo la renta de un parlamentario fuera de 3 sueldos mínimos?
Qué pasaría por ejemplo ¿si la administración de los recursos fuese establecida en comités ciudadanos entre los cuales no exista ninguna posibilidad de manejar las decisiones de inversión?
En fin, a lo que me refiero es que ocurriría con este muchas veces “interés patriótico” si las condiciones en las cuales se trabajará, será bajo condiciones del chileno promedio, que debe usar locomoción colectiva o pagarse su combustible, que no tiene bonos (salvo los del gobierno cuando llegan), que ocupa la red hospitalaria pública, que sus hijos deben ser enviados a colegios subvencionados municipales, que su renta sea de 3 a 4 salarios mínimos, que es desempleado algunos años de su vida laboral, etc., etc.: ¿habría tanto interés por la política?
Quizás no. Un gran experimento sería ver que pasaría con los procesos eleccionarios y el interés patriótico de participar en las representaciones políticas, si es que las condiciones fuesen las antes indicadas.
Así como nos intentamos asimilar a países desarrollados en lo económico, también las condiciones de la política las podríamos asimilar a estos países.
Por ejemplo, en Suecia los políticos no tienen asesores y se pagan el café que consumen.
Disponen oficinas de siete metros cuadrados, apartamentos pequeños para funcionarios y límites estrictos a la hora de usar el dinero de los contribuyentes en el ejercicio de la actividad parlamentaria.
Los diputados suecos tampoco disfrutan de beneficios adicionales como los que tienen nuestros parlamentarios, tales como presupuesto para utilizar aviones, ayuda para el alquiler, dietas, contratación de asesores particulares, ayuda para gastos médicos, etc.
Sería muy bueno normalizar situaciones, lo más probable es que bajo las condiciones señaladas tendríamos el mejor de los niveles de la política, sin estar incentivada a razones económicas y bienestar, sino que solamente a intereses loables y beneficiosos para los representados.
Hernán Cortez Baldassano,
Ingeniero Civil U de Chile








