«Vivir consiste en construir futuros recuerdos», Ernesto Sábato.
Los domingos son de memoria, de nostalgia, de añoranza, de ensoñación y de sueños.
Sinónimo de la frescura de la mañana, de ese desayuno con jugo de naranja de Pica y pan batío con aceitunas de Azapa .Estaban todos, un ambiente familiar, donde la sobremesa se adornaba entre risas, relatos y el eco de sus propias nostalgias. Y yo, una cabra chica curiosa, me cobijaba en el alero de las palabras.
Les voy a hablar de La Residencial Catedral, cuya data deviene alrededor de 1962 o 1963, cuando el Iquique de los techos planos giraba en torno al barrio, clubes deportivos, donde no existía la tecnología ni las prisas. El vecino cuidaba al vecino; las puertas se afirmaban con una pita o con una piedra. Los despachos eran verdaderos confesionarios. Antes de convertirse en ese lugar donde se reunía la gente pirula y artistas del espectáculo. En la Residencial vivió el doctor Veloz, un médico, quien además era cónsul de Ecuador.
La propiedad fue adjudicada a la señora Aida Martínez, familiar de Carmencita Capetillo y abuela de Patricia Inés Araya, la niña preciosa que aparece en la fotografía. La Residencial gozaba de gran prestigio, no sólo por su historia, sino por su ubicación privilegiada en el casco histórico de nuestro puerto glorioso, justo frente a la Catedral por calle Obispo Labbé. A la izquierda, la calle Esmeralda; a la derecha, la calle Bolívar. Era un punto neurálgico, una arteria comercial donde palpitaba la vida de la ciudad, el Banco Central, la Naviera donde trabajaba Carmen, Correos, el Telégrafo, la Bomba Española, y tantas otras instituciones que impulsaban Iquique. Aida Martínez transformó la Residencial Catedral en un pequeño paraíso urbano. Después del legendario Hotel Prat, en la Plaza Prat, era el segundo lugar más visitado. Tenía dos pisos. En el primero, los dormitorios; en el centro, una pileta rodeada de un jardín, un sitio hermoso para descansar después del desayuno. Pero ¡qué desayuno!, jugo de naranja recién exprimido y pan comprado en la panadería del Pueblo o en La Italiana. La nostalgia me embarga, ¡dios mío!. A veces pienso que no pertenezco a esta época, que soy devota de la añoranza, donde la vida tenía otro ritmo.
Un día llegó el show 007, con sus artistas, sus luces y sus canciones al Teatro Nacional, como Raúl “show ” Moreno, con su inolvidable “Qué te quiero, sabrás que te quiero”.La compañía estaba compuesta por unas veinte personas, entre ellas Pat Henry, quienes llenaban de música, romanticismo y alegría las noches iquiqueñas. En el segundo piso vivían los dueños, Aida Martínez y su familia. Un living, un comedor, un hall y un bar. Por la parte trasera se extendía un patio, donde se instalaba el tendedero. Y mágicamente, desde ese patio se avistaba los barcos, esos que venían desde lugares lejanos, trayendo sueños, idiomas distintos, otra brisa y otros aires.
Entusiasta y solidaria, Carmencita Capetillo ayudaba siempre a su prima Aida. No pedía nada a cambio, solo cariño, afecto, compañía, y sana conversación. Y sobre todo, pasear por esas calles donde las historias se conectan. Allí estaba muy cerca el Triángulo de las Bermudas, donde se perdía mi tata con don Dagoberto. Estaba la Sociedad de Fertilizantes en calle Aníbal Pinto, comercial Glasinovic y La Confianza.
Hoy, cuando paso frente a lo que fue la Residencial Catedral, siento que aún habita el eco de una risa, el crujir de las tablas de pino oregón , una conversación en el patio, el sabor de un crujiente pan batío al desayuno.Y entonces comprendo que la nostalgia no es tristeza, sino un modo de agradecer lo vivido.
Porque, aunque el tiempo avance y los nombres se borren, la memoria de los afectos nunca morirá
Sonia Pereira Torrico
Fotografía: Carmen Capetillo Montaño y su sobrina Patricia Inés Araya (Residencial Catedral)









