Existe un reclamo generalizado respecto del incremento de los costos de la electricidad.
Nos da para pensar que ha llegado el anhelado momento de la migración hacia sistemas renovables aislados, tales como la instalación de paneles solares fotovoltaicos y turbinas eólicas con respaldo de baterías.
Hay varias versiones de estos sistemas: los conectados a la red, aquellos cien por ciento autónomos y los sistemas híbridos, que combinan el aprovechamiento del sol durante el día y el respaldo en baterías en la noche.
Pero al menos en las zonas urbanas disponemos de una red que nos permite disponer de la energía que queramos disponer, pudiendo ser esta infinita y existiendo solamente una barrera económica, es decir, cuánto es lo que queremos gastar.
Es decir, el consumo al que podemos acceder, está limitado básicamente por el monto que estemos dispuestos a pagar.
En el contexto de esta realidad aparece otra realidad en nuestro país, bastante más compleja y completamente opuesta, que es la falta de infraestructura asociada a los consumos básicos en miles de localidades rurales que no tienen acceso a electricidad y a agua potable.
Esa ausencia de infraestructura se puede apreciar en nuestro país, recorriendo los lugares mas lejanos de lo urbano: el altiplano, la cordillera, la costa, los islotes, solo por nombrar algunos, lugares en donde sus habitantes lidian con los camiones aljibes y los generadores, que son sistemas que provocan un alto gasto en los bolsillos de quiénes los emplean.
No solo un gasto, sino que también la imposibilidad de generar actividades productivas rentables para quienes las desarrollan.
El tema no es menor, las referidas zonas son habitadas, en su gran mayoría, por personas emprendedoras que buscan desarrollar en sus entornos locales ciertas actividades productivas de beneficio propio, pero se aprecia que la falta de energía y agua es un impedimento para lograr ese anhelado desarrollo.
O sea, no solo se ven limitadas sus posibilidades de realizar proyectos productivos y/o de servicios, sino que cuando lo hacen, gran parte de sus costos se ven reflejados en la compra de agua y de energía a valores cuantiosos e irracionales que no les permiten realizar sus actividades.
Obviamente es una situación indeseada porque, además, por falta de energía y de agua, se genera migración hacia centros urbanos, deshabitando zonas importantes para nuestra soberanía.
Pero hay una buena noticia, la ingeniería está permitiendo que estas localidades puedan acceder a energía y agua incorporando, a sus actuales o potenciales procesos productivos, tecnología altamente probada ya por años.
La energía solar y los equipos fotovoltaicos y eólicos, la filtración y la desalinización de las aguas de pozo o vertientes y el tratamiento del agua para su re-uso, ya son una realidad.
Es una gran noticia que permite el desarrollo local.
En la actualidad estas soluciones técnicas permiten disponer de energía, de agua potable y de agua para riego de manera totalmente autónoma, manejada y controlada por los propios usuarios, quiénes obviamente deben ser capacitados en estas nuevas tecnologías.
Y un punto muy importante, lo permiten a costos reducidos.