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Las abuelitas de Serrano, por Sonia Pereira Torrico

11 mayo, 2025
en Columnistas
Las abuelitas de Serrano, por Sonia Pereira Torrico
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En la cultura pampina, las mujeres  entregaron cariño, ternura, pasión. Ellas fueron las formadoras de los hijos y de mantener las relaciones dentro del hogar. Vivían en modestos hogares, pero dónde había mucho amor. Ellas transformában la pampa en un lugar habitable y alegre.

La salida diaria del colegio por la tarde tenía una sola perspectiva, aroma de mujer hermosa iquiqueña, una estela de mis abuelitas de la calle Serrano . 

«Rosita «, madre de mi abuelita Berta ; mujer tierna; cariñosa; humilde; servicial; de voz tenue y suavecita; de pasos diminutos inadvertidos. Las ropas de la abuelita Rosa eran por lo general vestidos sencillos que dejaban entrever una enagua, y siempre llevaba puestas unas pequeñas zapatillas negras para sus frágiles pies. Sus ojos azules cristalinos y su suave voz invitaban a la reunión más bonita de esas memorables tardes de domingo, después del desfile, después del partido de Deportes Iquique.

La «tía María» o» Yaya» , respetada vecina ;amiga del barrio; sociable; aventurera y de un humor incomparable. Ambas cuidaron de mí desde pequeña, preparaban con sus santas manos y desdén, ricas cazuelas , relataban fabulosos cuentos pampinos y velaban el sueño feliz. Aún siento el  calor de esos brazos generosos. Con mis hermanos y primos, ir a visitarlas denotaba un revuelo de  agradecimiento y mucho cariño.¡ Quisiera volver atrás!, ¡detente bello instante!, bajarme de la micro en calle «Héroes de la Concepción con Serrano, correr la piedra de esa puerta con olor a un pasado glorioso y abrazar a mis abuelitas , que han esperado con ansías esta visita. ¡Oh! la casa de Serrano, es el telón para tantas melodías de antaño, las mismas que envolvieron el tiempo salitrero. Un pequeño jardín adorna su final. Ruda; manzanilla; boldo inquietan mi contemplación. Se siente el brillo de la naturaleza y la paz del Creador. Una pequeña vocecita susurra mis oídos, ¡Es hora de tomar tecito!, que palabra más linda carajo, todos juntos, todos vivos.

Devuelvo la mirada y los ojos azules de la  » Yaya» encandilan mi visión. Tan conversadora «Yaya de la Pampa» , en cada esquina contagiabas con la alegría de las niñas de mayo, esperando el frío, que por esos años en el glorioso estaba dormido. No supe de novios ni hombres en tus destinos, solo la historia de un fotógrafo de la plaza Condell, que quería sacarte una sonrisa sin prisa. Te enojabas tanto, muy extraño verte así Yaya de las aguas mansas.  ¿Cuál fue tu desdicha que humedecía esos hermosos ojos azules?. Comprábas el diario  y un número de lotería, fraguabas la esperanza de ganarte los millones y hacer qué, no sé, nunca lo supe, pero conociendo tu espíritu aventurero, lo hubieses repartido y haber mandado a matar un cordero en el matadero para el familión con harto vino y arroz iquiqueño.

¡La mesa larga!, esa que invoca todas mis nostalgias, envuelta en mantel de hule, un calendario del supermercado Rossi el el costado y un delantal húmedo con aroma a cilantro colgado. La adornan los mejores sabores del norte mío; queso de cabra ; té con hierba luisa; hallullitas calentitas; aceitunas de Azapa y alfajores de Matilla. Yo siempre le pedía otra taza de té, era imposible no tentarse. “¿Y me hace otro sanguchito también?”, asentía con determinación. Ellas sabían que yo estaba a dieta, pero me guiñaba un ojo y me decía al oído, como si estuviera haciendo una travesura: “no le diremos nada a tu mamá”. 

Después de esa once, siempre salía al patio. Me encantaba estar en ese lugar, era pequeño con muchas plantas y muy acogedor. Se sentía el aire fresco de la tarde y yo feliz jugando con los chanchitos de tierra.

Sonia Pereira Torrico 

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