Por Iván Vera-Pinto Soto, Cientista social, pedagogo y dramaturgo
Hablar de liderazgo genuino en estos tiempos parece casi una contradicción. La ciudadanía escucha declaraciones encendidas y rimbombantes, pero en la práctica observa otra realidad: improvisación, intereses particulares, corrupción, clientelismo político y una distancia cada vez más dolorosa entre la palabra y la acción.
El resultado es claro: la política se vacía de credibilidad. Y no por apatía ni ignorancia popular, como suelen culpar los mismos dirigentes, sino por la reiterada inconsecuencia de quienes ocupan cargos de poder en todos los niveles del aparato estatal.
La coherencia, un valor en extinción
El liderazgo auténtico se mide en una premisa elemental: cumplir lo que se dice. Sin embargo, en la práctica ese principio se erosiona con rapidez. Se promete transparencia y se gobierna en penumbras; se habla de justicia social mientras se diseñan privilegios; se defiende la educación y la cultura en las alocuciones, pero en los presupuestos terminan relegadas al último lugar.
En Chile, desde el retorno a la democracia, los ciudadanos han visto desfilar presidentes y parlamentarios que, pese a sus compromisos iniciales, no siempre lograron sostener la consistencia entre lo que anunciaron, lo que hicieron y los valores que proclamaban.
Ejemplos de luces y sombras
Desde el retorno democrático, hemos visto desfilar mandatarios con claroscuros. Aylwin defendió la prudencia, pero dejó heridas abiertas en derechos humanos. Lagos instaló mecanismos de transparencia, pero su legado se vio opacado por los escándalos de financiamiento irregular. Bachelet impulsó reformas coherentes con su biografía, pero el caso Caval ensució su segundo mandato. Piñera prometió orden y prosperidad, pero quedó marcado por el estallido social que desnudó la desigualdad estructural. Boric llegó con un relato generacional de transformación, pero cada decisión contradictoria alimenta la desconfianza: su liderazgo corre el riesgo de sumarse a la larga lista de decepciones políticas
Educación y cultura: las víctimas silenciosas
En este trayecto, la educación y la cultura aparecen como promesas recurrentes, pero casi siempre incumplidas. La “Revolución Pingüina” de 2006, el movimiento estudiantil de 2011 y las reiteradas demandas por financiamiento cultural han dejado claro que la gente percibe la distancia entre la teoría y la praxis.
Todos los gobiernos han proclamado su importancia, pero ninguno ha logrado consolidar un sistema educativo sólido ni una política cultural sostenida que democratice el acceso y reconozca la identidad nacional.
Liderar es dar el ejemplo
El auténtico liderazgo no se sostiene en carisma ni en frases bonitas: se cimenta en la ética y en la convicción. Gobernar es dar el ejemplo, y ese ejemplo comienza cumpliendo lo que se promete, aunque incomode, aunque implique remar contra la corriente, aunque se adopten decisiones duras e impopulares si responden a principios y compromisos asumidos. Conducir es actuar con convicción, incluso cuando el costo político sea alto, porque la credibilidad no se negocia: se honra o se pierde para siempre. Esos son los líderes que dejan huella en la historia, no los que apenas administran el poder.
Hoy Chile no necesita más oradores brillantes ni vendedores de ilusiones: necesita dirigentes capaces de generar confianza real. La ausencia de esa consistencia ha hecho que la ciudadanía oscile como un péndulo entre extremos, agotada de promesas rotas y de voces que no solo llenen el aire de palabras, sino que cumplan, construyan y devuelvan esperanza concreta.
Un llamado a la sociedad
La tarea no recae solo en quienes gobiernan: también está en nuestras manos. La población no puede resignarse a la incoherencia ni aceptar la mediocridad como destino. Exigir rendición de cuentas, defender la educación y la cultura como derechos irrenunciables y dejar de aplaudir discursos huecos son actos mínimos de dignidad política.
Un pueblo crítico, informado y participativo es la única garantía de que el desenvolvimiento ético deje de ser la excepción y se convierta en la norma. Y eso empieza ahora: en las aulas, en los espacios culturales y en cada ciudadano que se atreva a decir basta. Basta de retórica, queremos hechos. Basta de promesas, exigimos consecuencia. Basta de engaños, reclamamos dignidad.