A medida que pasa el tiempo, las ciudades cambian, transmutan conforme a la geografía y las necesidades que siempre van creciendo según Maslow.
Después de las crisis de los 30, la convivencia giraba en torno a la mesa larga, el trabajo en la playa ya sea mariscando o pescando. El hambre se capeaba moviendo los pies en playa El Colorado, Bellavista y la Poza del Zorro. A partir de la necesidad de sobrevivir del hambre y la miseria, el éxodo pampino se refugió en el fútbol, natación, básquetbol o atletismo. Y los paseos familiares se redujeron a la reina de todas las fiestas, la playa. La frase «Éramos felices con tan poco» no es casualidad, es la causalidad de gestionar la sencillez con un ecosistema marino mágico, de innumerables recursos y playas del litoral. Quizás el hechizo se rompe con la explotación de ciudadanos chinos en las covaderas de Pabellón de Pica, Huanillo, Punta de Lobos y Patache.
La ciudad para querer contó y cuenta actualmente con muchas playas dentro del litoral, playa » El Marino desconocido», «Punta Negra», «El Colorado», «El Morro», «Bellavista», playa «La Serena», «La Gaviota» , playa «Las Urracas», playa «Castro Ramos», playa «Cavancha», «Poza de los Caballos», «Buque Varado», «Playa Brava», «Primera Piedras», » Huayquique «, playa «La ballenera», «Punta Gruesa», «Palo Buque», «Los Verdes», Pozo Toyo, Chanavayita y playa «El Aguila», por nombrar algunas.
Mamá fue parte de esta herencia de antaño, mi tata era trabajador de la «Sociedad Chilena de Fertilizantes » y todos los veranos esta chiquilla nadaba, jugaba y mariscaba en las rocas de «Pabellón de Pica». Creció a «pata pelá» «la condená», buscando el erizo con un chope y un chinguillo. Chumingo, su hermano mayor la cuidaba de frentón de las olas, de la subida de la marea y los huiros de los roqueríos. Pero lamentablemente un día de verano, el niño se enredó en su propia trampa y casi se ahoga. Afortunadamente, mi abuelo lo rescató del infortunio y del inexpugnable Océano Pacífico.
Diez años más tarde, mamá se divertía en las discotheques «Don Sata» y «Ragú». Escuchaba a los » New Demond», «Los Bingos»; » Los Angelos», los «Soul Glass» y la música disco.
En Iquique la población era de un poco más de 50 mil habitantes y los vehículos se detenían por la presencia del avión, el aeropuerto construido en pleno corazón de la ciudad.
Un fin de semana de ensueño con los amigos de siempre planeaba ella y sus quimeras. Aislados del mundo y con cuatro testigos, el sol, el mar, la luna y las estrellas.
Chanavayita, la elegida, una bocanada de aire fresco, con olor a mar. ¡Que lujo de playa!, ¡Lejos de la ciudad! y la inmensidad del mar atrapando las miradas, capturando una sonrisa inocente de todos sus protagonistas. Abundante pescado y marisco, nadie quedará debajo de la mesa.
¡Cocinemos cojinova con arroz!, pero con una Pilsener al lado!, afirma mamá veinteañera. Llegando el atardecer uno de los chiquillos guitarrea suavecito, mientras se enciende la «fogata». ¡Qué espectáculo más maravilloso para una noche mágica llena de canciones y emociones! Dentro del cancionero playero estaban: «Un beso y una flor», de Nino Bravo y la canción favorita de papá «La vida sigue igual», de Julio iglesias. Sin olvidar un temón de aquellos, de Gilbert O «Sullivan» con su «Alone again». La noche era perfecta e invita al romanticismo y quizás al robo furtivo de algún besito. A eso se suma la picardía de mamá que hacía del ambiente algo único e inigualable.
Está amaneciendo, nadie ha pegado una pestañeada, la tía Silvana prepara los huevos revueltos del desayuno. La noche se hizo corta y las conversaciones también porque la juventud se vive sólo una vez lejos de la ciudad para querer.
Sonia Pereira Torrico
Fotografía: Chanavayita (los 70)