Señor Director: Recordando mi larga trayectoria laboral de 43 años de trabajo ininterrumpidos, de pronto saltaron a mi mente a los pateros que conocí, los bufones del rey, una verdadera corte de aduladores. No les interesaban los trofeos, sino que el jefe los considerara.
Y sufrían cuando el jefe ni los miraba. Además de chupamedias eran flojos, expertos “en sacar la vuelta”. (Capaz que esta expresión ni se conozca ahora).
Entre esa corte de zalameros, me encontré con diversas categorías. Estaban los que le sacudían las pelusas o caspa que el jefe acumulaba en los hombros o solapa del vestón.
También estaban las que le arreglaban el mechón al jefe o le decían: ¡Qué es bonita su esposa! O ¡Qué le queda bien el color de esa camisa!
Conocí a una de nombre Macarena (esto pasó hace 35 años) que esperaba el cumpleaños del jefe e iba contando los días a todos en la sección y cuando llegaba el día, sólo le faltaba tocar una trompeta; llegaba muy temprano, de punta en blanco, con un ramo de flores. Se fue a su casa antes de jubilar cuando vio que el jefe había puesto en el basurero su ramo de flores. Fue triste.
Había otro, de nombre Andrés. Este esperaba al jefe en el estacionamiento. Hacía como que estaba limpiando el parabrisas y cuando veía que llegaba, comenzaba a “aletear” para dirigir al jefe y este no chocara con las cunetas u otros autos. Cuando el jefe bajaba le decía: “Aquí jefe, siempre listo”. El superior le decía: “No se moleste” y el patero le contestaba: “Jefe estamos para servirle”. Cierta vez le pasaron el dato que el jefe había dicho al comenzar una reunión: “Había visto pateros en mi vida, pero nunca a nadie como Andrés”. Y agregó: “Siempre hay que cuidarse de los chupamedias”. Nunca más fue a recibir al jefe.
Claro está que hubo jefes que le gustaba tener una corte de pateros, chupamedias y orejeros. Estos le llevaban todos los cuentos, amoríos, peleas e inventaban. Todo valía para arrimarse al jefe que se sentía un verdadero rey y se felicitaba de tenerlos en la mano, además que le servía a su ego y a levitar unos 10 centímetros de suelo. Incluso invitaban al más patero a algunas fiestas, entonces estos llegaban contando a la oficina que habían estado en tal fiesta. Y con ese cuento sacaban la vuelta varios días. Creo que hasta lo anotaban en su diario de vida y hasta pensé que se dormían con una sonrisa de satisfacción porque habían estado en la casa del jefe. Miseria humana absoluta.
También hubo algunos que le servían para que les hicieran el loto, otros para pagar algunas cuentas (estamos hablando cuando no había internet), cuidar lado en el estadio, en el show, para pasear el perro en vacaciones, para cambiar las ampolletas, hacer un trabajo manual a los hijos del jefe, mandarlos comprar a la feria porque la señora estaba en un curso de tejido a crochet, etc.
Siempre me dieron pena los pateros. Vivían atentos a buscar la atención del jefe. Los demás los considerábamos sacadores de vuelta y nunca surgieron. Los recuerdo con mucha pena. Como hace rato me retiré a los cuarteles de la jubilación, me pregunto si aún existen en las oficinas, en las minas, en el Congreso, en las goletas, en La Moneda, en las universidades, en las fábricas, en las juntas directivas o donde quiera que sea. ¿O se habrán terminado?
Rosalía Lourdes Andrade Y.