Los abriles van desapareciendo. Los locales que alguna vez acompañaron al barrio de antaño y a su gente, se han ido apagando uno a uno como las velitas del cuento de Cortázar. Desapareció la zapatería La Alpina, y con ella la librería Rojas de la tierra de la gran poetisa de Montegrande, por el olor a progreso.
Esos dos hechos marcan el inicio de esta historia. Porque mientras viajo en tierra forastera, el longino celestial se pone en movimiento, y no puedo, no quiero olvidar. No puedo desprenderme de los momentos ni de los cariños verdaderos.
El mundo se despliega ante mí con distintos colores, y comienzo a conectar con un amor profundo, el amor por mi tierra, el lugar donde nací. A través de esa conexión descubro, tal vez por primera vez, lo que realmente significa el privilegio de amar. Mientras avanzo, las imágenes suceden como en una película. Cada una toca mi corazón y mi alma. Ya no me siento sola. Estoy hechizada, siento el calor y el arrullo que alguna vez me envolvió una manta cuadriculada tejida a mano. Vuelven indefectiblemente a mí las sobremesas, las risas familiares, el olor a pescado frito. Escribo el olor a mango con frenesí, esa fruta maravillosa que brota de principio a fin. Testigo del milagro de las verduras surtidas, que no he encontrado en ninguna osadía. Es inevitable, la nostalgia me cubre con su manto; la melancolía me habita. Mi alma se abre, porque necesita familia, necesita la bruma y bogar por los sueños de una niña.
¡Hoy me siento viva!. El viaje en esta tierra forastera comienza de manera pausada. Respiro hondo, inhalo y exhalo tesoros como una carnicería en la esquina del barrio, casas con rejas de madera, patios con palomas, gallinas, huevos y álamos desfilando con los limoneros. Y en su interior, una pileta antigua, con muy poca agua, anunciando la retirada. Me resisto a la sequía del sentimiento, a desenredar el más claro proceder. Es hermoso, no soy la única loca en medio del calabozo. Mis armas son las letras y así lo haré hasta que mi alma desfallezca.
Oh, el tren se detiene. Siento un silencio espeso merodeando. Miro nuevamente por la ventana y creo ver su figura, diminuta, envuelta en una mañanita floreada. Hace días que viene a verme en sueños y destellos. Su imagen se confunde con la camanchaca, pero sé que es ella. Lo sé, por la manera que inclina la cabeza, cómo aprieta las manos sobre su pecho, como ríe, como
si guardara un secreto a punto de develar. El viento trae su voz, una voz que no envejece, que me llama igual que antes, cuando salía a jugar con el pelo revuelto con la Siboney y la Sole.
¡Me está esperando!, sin preguntar demasiado. Sin juzgar mis ausencias ni mis torpezas.En ese instante lo entiendo, el amor verdadero no se olvida, no se apaga ni con la distancia ni con los años.
¡Mamá es mi tierra!.
¡Mamá es el origen de todos mis caminos!.
¡Jallalla!
Sonia Pereira Torrico
(Fotografía de Hernán Pereira Palomo)









