Señor Director: Siempre me ha llamado la atención que muchos opinan creyendo que son dueños de la verdad y no aceptan argumentos de otros. Ya tienen su idea preconcebida. De tal forma, que se transforma en un diálogo de sordos.
Lo correcto -en una comunidad sana y no agresiva- es decir: «Mi opinión es esta…». Y el que escucha debe decir. «Muy bien, pero la mía es esta otra…». Sabemos que esto no ocurre. Y los peores predicadores son los políticos y otras personas que creen estar muy bien informadas y tienen la posibilidad de ser oídos con amplificación (multiplicación) y después de hablar se van a su casa creyendo que convencieron a medio mundo. No es así.
Son tiempos complicados. Pero no desconocidos. Los viejos ya los vivimos y comprobamos que los ciclos de la vida se repiten.
Chile, una vez más, está en una encrucijada. El plebiscito -cuyo costo es de 33 mil millones de pesos, como mínimo- lo quieren realizar sí o sí. Y como sabemos unos quieren cambiar la Constitución y otros no.
Como sea, respecto a este tema veo y escucho poco acerca de un tema trascendental. Ninguno de los adeptos, cuando resaltan una u otra posibilidad, habla de respetar la Constitución como principio y valor esencial. Entonces, muchos dirán, pero eso se sobreentiende. ¿Están seguros? Yo creo, y es mi opinión, que son tiempos en que nadie respeta. Ni a la mamá ni al papá, partiendo por ahí.
Otro tema que llama la atención es que los políticos y politiqueros siempre sacan a los países europeos como ejemplos, especialmente en lo social. Allá ocurre esto y aquello. Pero no saben que allá el que no respeta las leyes es severamente sancionado y multado. Y que las leyes se cumplen sí o sí. En Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia, Holanda, primero respeto a las leyes, al prójimo y después lo demás. ¿Ocurre aquí en Chile?
Tampoco se advierte a la ciudadanía que si gana la opción Apruebo, con la instauración de la Asamblea Constituyente, serán los políticos y los partidos los que elegirán a los constituyentes, por lo que no sólo tendremos un Congreso, sino dos. Pero los integrantes serán adeptos de los partidos y no de los ciudadanos propiamente tal, es decir con sus propias propuestas, sino que primarán la de los partidos políticos. Así se perderá la libertad. Y mi opinión es que una nación puede perder todo, pero nunca su libertad para decidir su propio destino.
Bernabé González F.