A pesar que el origen del nombre del mes viene en homenaje al Emperador Romano Octavio Augusto, la frase “pasamos agosto” es un dicho popular muy recurrente entre los adultos mayores quienes festejan cuando el calendario pasa a marcar septiembre, ya que se da por “vencido” el invierno y se renuevan las esperanzas de una mejor salud con el pronto inicio de la primavera. La frase, así está documentado, tendría su origen en el periodo de la colonia, pues la gente moría con mayor frecuencia los meses de junio, julio y agosto, aunque este último mes era donde más muertes habían.
La época de invierno es donde se produce un aumento significativo en las consultas por enfermedades respiratorias y los hospitales están colapsados en su nivel máximo. Sin embargo el solo hecho de «pasar agosto» es motivo de celebración en los distintos municipios del país, para los abuelitos con un corazón de niño en tenaz crecimiento.
En la época de mi infancia, la Plaza Condell, era por antonomasia la plaza de los jubilados, paseaban los abuelitos de origen pampino con terno y corbata. Las mujeres con vestido, blusa, falda de paño y muchas con un prendedor en el lado izquierdo. Mi abuelita usaba enagua para guardar la discreción, la mesura, y la femeneidad se abordaba con otra mirada, desde el recato y el luto, cuando fallecía un difunto. Me llamaba poderosamente la atención que el cuidado del cabello y el peinado no pasaba inadvertido a la hora de ir por botones a la casa Mickey o comprar el suplemento en el kiosco de don Manuel González. Y muy bien lo sabe nuestra amiga de la oficina Mapocho, Carmencita Capetillo.
Bueno, nuestros abuelos tenían espacios de esparcimiento bajo el sol nacido en el desierto y la luna plateada de tarapacá. Las plazas como la plaza Arica reinaban por doquier en este puerto glorioso y heróico. La plaza Brasil, reunía palmeras y flores para el deleite de enamorados y ruiseñores. En la última frontera, se delineaba un camino de tierra , el cual por años se apropio de este nombre tan particular. Y llegaba cuando la arena se convertía en espuma y sal de mar. Por su paso, los transeúntes se sintieron cautivos por el sonido del mar, ese que Iquique nos sabe dar y la mudanza de las olas de la rada descendiendo en picada. Cavancha que enamora y encanta , aún se balanceaba solitaria esperando a los bañistas y a las familias nortinas. Tanto deleite en ciernes, tanto esplendor para nuestros abuelos, que también fueron padres, hijos y nietos. Mi tata Domingo sólo me hablaba maravillas del puerto, las noches de boxeo en la casa del deportista, los malones en el club Rápido, las fiestas con la orquesta del Ñatito Cortéz, las cañitas en el triángulo de las Bermudas, el desfile dominical, las funciones en el coliche, el nacio y el muni, la vida de barrio bajo los techos planos; todos conocidos; todos amigos, los profesores, los comerciantes, los curas, los yugoslavos, los italianos, los pescadores, mariscadores, matarifes, artistas y parroquianos.
¡Qué nos pasó!, el olor a progreso se llevó el oasis en medio del desierto. Mis hijas no pueden creer que en Iquique hubo Quintas, huertos y lecherías, que nuestros abuelos seguían a la banda del litro por las calles del centro, que existieron las victorias y las góndolas, que se paseaba junto a gansos libres en la plaza Slava, que los personajes iquiqueños como el Chiricaco eran queridos e inofensivos. Así disfrutaban nuestros abuelitos en el Iquique de otro siglo, con las guitarras de Santa Lucía, las Tunas y Estudiantinas, el lonche en las pozas, el perol hecho con amor en un roquerío morrino y los partidos imperdibles con radio a pila y cojín en mano, para ver al gran amor de nuestras vidas.
¡Pasamos agosto!, y no nos dimos cuenta, excepto ellos, nuestros viejos, nuestra escuela, nuestra sangre que corre por las venas.
Los viejos son niños avergonzados que a la plaza vuelven a buscar el sol, y entretienen a un grupo de palomas mientras pasa la vida alrededor. Algunos se quedaron sumergidos en el sueño eterno como mi abuelita enfermera y cuantas almas que no pudieron resistir la nueva oleada. A todos ellos, muchas gracias por la sabiduría, el ejemplo y la vida.
Sonia Pereira Torrico
Fotografía: Hernán Pereira Palomo