Que tiempos aquellos, donde las distancias se acortaban, viajar en avión era un verdadero lujo. El ex aeropuerto Cavancha fue testigo de aviones que sobre volaban la ciudad de los techos planos y de habitantes ingenuos vislumbrando los cielos, colocando una pausa a los volantines intrépidos. Los trenes conectaban el corazón con el olvido, el riel dibujaba una cicatriz por la vértebra chilena. tres días y cuatro noches, te demorabas en llegar a La Calera. Algunos realizaron la magnánima hazaña como el grupo folclórico «Historiadores de la Pampa» al festival de San Bernardo en los 70, otros emprendiendo la aventura bajo una hotelería precaria, no obstante fértil en la riqueza humana al interior de un wagon. Otros, que constituye la gran masa se quedó en casa, detrás de una mampara, caminando sobre las tablas con olor a cera, tirando la pita, juntando agua en una tina, sacando las sábanas del tendedero, mojando la calle con agua de un tarro, jugando a la chaya, preparando un perol, subiendo a los estanques de agua, llamando al doctor Reyno para una emergencia. Personalmente, conocí el otro lado de la frontera tarapaqueña muy tardíamente , cuando ya no era un niña. Aún recuerdo llorar de alegría, bailar con la lluvia atrevida de la Serena y agradecer una y otra vez , lo que mis ojos estaban viendo por primera vez, un paisaje que podía tocar con mis propios dedos, apartando por un instante, haberlo imaginado por años a través de una carta, tarjeta o una postal.
Alrededor de 1872 se inicia en varios países como Inglaterra, Alemania y Estados Unidos una comercialización de tarjetas postales que contenían en su reverso alguna pequeña imagen con diferentes temáticas, como lugares, personajes, edificios, monumentos, entre otros. Se dice que uno de los editores de postales más antiguos de Chile es de Iquique y se llama Lorenzo Petersen,se señala que recién en 1904 habría comenzado a editar postales.
Las postales maravillosas de nuestro puerto de Iquique , para quienes disfrutaron la juventud divino tesoro en una época inolvidable sin chat y correos virtuales, escribir en el reverso de una de ellas, era simplemente acercarse de manera afectuosa a otro inexpugnable lugar. Mamá por ejemplo , acostumbraba enviar postales a sus amigos que dejó en Estados Unidos por 1970. Las distancias se acortaban con este medio de comunicación, el emisario del otro lado, albergaba con ansías esa misiva. Y desde el Iquique glorioso, la colección de postales retrataba playas, el regimiento, plazas, el paseo Balmaceda , el puerto y las oficinas salitreras de la región tarapaqueña.
Volver a escribir en una postal, es recordar simplemente que quise algún día saludar a papá en navidad, desear un feliz cumpleaños a un familiar, invitar a una amiga de vacaciones, entregar las condolencias a la familia y declarar el amor apasionado para que él o ella no lo olvide con los años .Tales motivos simbolizan los hilos del destino que a puño y letra sobreviven a pesar del tiempo. En el cajón del sastre, cada postal refleja el alma del escribiente, el corazón de un soldado , las lágrimas de una mujer enamorada, el beso de amor eterno, la paz o la guerra de un grupo de personas . Nada se iguala a la incertidumbre de un texto escrito, al perfume de un papel , a la velocidad de las palabras , a la imaginación en cada frase y al vuelo de un pájaro por decirte , ha llegado una postal del Camino.
Sonia Pereira Torrico