- Por Iván Vera-Pinto Soto, Cientista social, pedagogo y dramaturgo
Iris di Caro y José Morales: dos voces de la memoria teatral en la pampa salitrera
En los polvorientos parajes de la pampa tarapaqueña, donde la vida se sostenía entre sacrificios y esperanzas, también germinaron las semillas de la cultura. Allí, entre campamentos y escuelas modestas, el teatro escolar se convirtió en un refugio y una fiesta. Dos profesores, Iris di Caro y José Morales, evocan desde la memoria cómo, con pocos recursos, pero con mucha pasión, lograron levantar escenarios de imaginación en medio de los fantasmales poblados.
Iris di Caro: poesía y teatro contra la soledad pampina
En 1946, recién egresada de la Escuela Normal de Antofagasta, Iris di Caro fue destinada a la escuela de la Oficina Salitrera Iris. Llegó acompañada de su madre, temerosa de aquella lejanía. Sin embargo, la dureza del entorno no la paralizó: comenzó a escribir poesía, cuentos y piezas teatrales.
“Los niños estaban felices con los coros dramáticos que inventaba”, recuerda. Aunque a la directora no le agradaba que una profesora se dedicara a las artes, Di Caro encontró apoyo en colegas y alumnos. Con sus textos poéticos narraba la historia del campamento, transformando la tristeza de la pampa en un acto colectivo de creación.
El reconocimiento llegó incluso del propio Director Provincial de Educación, José Rodríguez Larraguibel, quien quedó maravillado al ver a los niños declamando un coro escrito por ella. Años después, Di Caro extendió su labor en Huara, en Iquique y en la formación de la Escuela Artística Violeta Parra. Fue autora de himnos, cuentos, obras teatrales y programas televisivos. Hoy, en nuestra comunidad, es recordada como creadora del himno de Tarapacá y como una de las voces culturales más importantes del norte.
José Morales: el humor y los títeres en la pampa
En paralelo, otro maestro, José Morales, dejó su huella en el teatro escolar de las oficinas salitreras. Entre 1940 y 1957 vivió en Mapocho, Victoria, Alianza, Santa Laura y Peña Chica. Allí organizó veladas artísticas, grupos de títeres y representaciones comunitarias.
En Santa Laura, junto a sus alumnos, adaptó el cuento “Caperucita Roja”. La función, sin embargo, terminó en alboroto: “Cuando el lobo apareció en escena, los niños comenzaron a tirarle piedras al telón. Salimos arrancando y el lobo terminó con un chichón en la cabeza”, recuerda con humor.
En Victoria, durante las celebraciones veraniegas, participó en la famosa “Gran Velada Bufa”, donde se anunció la llegada del Trío Los Panchos. La sorpresa del público fue mayúscula cuando aparecieron tres trabajadores locales llamados Pancho. “No hubo pedradas, solo risas y aplausos”, comenta.
Más allá de la anécdota, Morales destaca que el teatro en la pampa “rompía la monotonía de las oficinas, ofrecía un espacio de entretenimiento y permitía a niños, jóvenes, obreros y dueñas de casa expresarse artísticamente”.
El teatro como memoria viva
Los recuerdos de Di Caro y Morales muestran que el teatro en la pampa fue mucho más que un pasatiempo estudiantil: fue un acto de resistencia cultural. En medio de la soledad y la dureza de la vida salitrera, maestros y alumnos encontraron en las tablas un espacio para reír, emocionarse y construir comunidad.
El desierto guarda aún esas voces. Voces que transformaron la realidad dura en relatos poéticos, que convirtieron a niños en actores y a obreros en trovadores. Voces que recuerdan que, incluso en los rincones más inhóspitos, el arte siempre encuentra un escenario.