Fue el 13 de junio de 1975 cuando el Ferrocarril Longitudinal Norte («Longino”), inició su último viaje con 30 pasajeros, entre las ciudades de Iquique y La Calera.
La unión del «Longino» con el resto del país, sólo se materializó a principio de la década del 50 cuando la «Nitrate Railway», vendió al Estado chileno las líneas, máquinas, estaciones a «Ferrocarriles del Estado». No obstante, el servicio ferroviario fue perdiendo competitividad frente al transporte terrestre y aéreo. En los 70, se produce un proceso de desmantelamiento de líneas férreas. Hoy la contaminación, la alta congestión vehicular en carreteras y ciudades exige el regreso de la cultura ferroviaria. Muchos pueblos palidecen añorando el paso del tren. Tenemos pampa y salitreras vastas para este recorrido ancestral.
Que cosa bella es un día de sol, el aire sereno después de una tempestad, por el aire tan fresco parece un día de fiesta, que cosa bella es un día de sol y lo tuve frente de mí, porque estaba frente de ti… papá.
Era el año 2019, ad portas de mi divorcio en la tierra de Gabriela Mistral. Me hablabas a diario, como de costumbre a las 6 de la mañana, para preguntarme como estaba y pedirme el escrito que debía realizar para seguir avanzando. Tu misión era visibilizarme y que supieran quién era esta plumita iquiqueña. No obstante, apareciste con los nubarrones en retirada en la puerta del Terminal de Buses para decirme lo mucho que me amabas. Me puse tan feliz, como volviendo a jugar a las rondas y el volantín. Es profundo el sentimiento, que no estás ajeno, sino acompañada por quien te dio la vida y de la cual estoy muy agradecida. Aquí entre el valle y la playa, desnudamos nuestras almas, tú siendo el consejero y yo siendo sólo una niña buscando contención en medio de la desolación. Al igual que en Iquique, nos fuimos a una picada, allende a una feria mayorista de frutas y verduras. Le comenté que el mejor sanguche de pescado frito, lo tiene la » Pica de Aurora» y él me respondió: «Y es tan bueno como el de la «Caleta Riquelme».
-Si papá, respondí, con la salvedad de la ausencia del rocoto para encender los votos. Hay de merluza, reineta y jurel, todos pescados de buen proceder. El mar de la Cuarta, es generoso y dadivoso, no ha sido exterminado por el empresario ambicioso, toda vez que en el sector de La Higuera, quieren construir una minera. Pero se les ha truncado la fechoría, la gente protesta día y noche, para proteger a la tierra y el ecosistema. Así como en el norte , le damos gracias a la pachamama por la siembra y la cosecha, aquí también con el cuidado de pingüinos y ballenas. Sin embargo, papá me mira temeroso, para preguntarme:
-¿Qué está pasando?, ¿qué es ese ruido hija? Es igual al tren de los años mozos, cuando viajaba de Iquique a La Calera por cuatro días y tres noches. El humo tiznaba el cielo opalino, las ventanas se levantaban, pero se cerraban atrapando en ocasiones la cabeza y los diminutos dedos. Cómo olvidar vislumbrar al glorioso desde las alturas y a ese mar que tranquilo nos baña. Como olvidar el turno de pasar por los túneles. Los asientos eran duros, pero el corazón henchido por la felicidad plena viajando por el desierto florido. Viajar en el Longino, era una aventura, los carros se llenaban de polvo, se acababa el agua, la comida, el tren era de trocha angosta y se dormía en el pasillo.
¡Qué ganas de viajar hija!, ¡Qué ganas!, tal cual lo hice hace décadas atrás. Sabes, antes del Longino, tu papá ya se había embarcado en el tren de los enamorados, con dirección a Paillaco. Vivía por esos años en «Canal Beagle», donde no se tocaba el pasto, llovía a cántaros y era feliz brincando por los charcos. Ahí conocí a mi primera polola, la dejé para irme con monos y petacas a playa Cavancha. Era un joven soñador, que escribía la paz en el mundo, pero también las curiosidades que sacaron risas y carcajadas. Como el fantasma de la estación de Paillaco o pernoctar en los patios de heno y rumiantes caballos sureños. ¡Oh hija, cumplí los 18 y me fui a la punta del cerro, con lo puesto y pocas monedas a sentir la verdadera libertad a dedo, una mochila y con la benevolencia del viento.
– Papá, ese ruido que evoca nostalgia y emoción en tu corazón, es el tren que lleva hierro en la cuarta región, afirmé. Y pasará detrás de nosotros, para ser testigo de nuestro lindo encuentro.
-No pierdas el tiempo, captura una foto, con el longino del nuevo siglo.
-Por supuesto, respondí sin titubeos.
La foto fue inmaculada, el momento también. Papá quedó dichoso con este regreso al «Longino» celestial, que vino a exorcizar los tiempos cantando con una guitarra, los acordes de Fernando Ubiergo, La Industria Nacional, Nino Bravo y su canción favorita «Me olvidé de vivir».
Sonia Pereira Torrico
*(En la foto nuestro recordado amigo por más de 40 años: Iván Eduardo Pereira Palomo (Q.E.P.D.), padre de la columnista)








