Volver al pueblo de La Tirana, es regresar a la infancia, a los primeros años jugando a la escondida junto al bombo tiraneño que retumba en mi pecho y en todas las calles allende al templo. También es revisar la historia, cuando las nuevas autoridades exilian a la Virgen de Copacabana y entronizan a la Virgen del Carmen. Seguidamente, trasladan la celebración de agosto a julio en la época de la Guerra del Pacífico.
Terminar la procesión de la fila para acudir al encuentro con la madre de Chile fue lato y extenso. Pero acaso importa el sol abrasador, si estoy en conjunción con mis recuerdos, con mi madre terrenal y contigo virgencita celestial. A medida que avanzaba la fila, los feligreses iban humedeciendo sus ojos en amor y perdón. Todos venimos huérfanos ,por una causa, razón o desmotivación. Todos queremos el consuelo y el inicio a una nueva redención en Cristo, nuestro señor. Mi corazón se agita vertiginosamente, porque te veo mamá cuidando desde otro plano la torpeza de mis pasos. Así tal cual lo hiciste en los pretéritos años, brindado calor y protección. Ahora vengo a buscar a mi otra madre, tú ; Virgen del Carmen, a tu casa, con tus hijos, fieles y danzantes.
Yo nací en una ciudad pequeña, donde los vecinos se conocían y cuidaban las pertenencias, la puerta se amarraba con pita, la tetera eternamente estaba hirviendo para abrigar a un forastero, la palabra valía ante todo y los negocios atendidos por sus propios dueños. A la fiesta religiosa se iba a luca en micro, bus o furgón. La mayoría pedía la semana libre ,para acompañar a la madre en su fiesta. Antiguamente pasaba un bombo avisando la despedida y el viaje a la tierra de lo cielos más puros y claros del universo.
El olor a tamarugo siembra una amenaza frente al verdugo. Se ha masificado la asistencia, pero la necesidad de creer y pertenecer sigue latente. La entrada al pueblo lo ratifica, con el baile invisible de la chusca inquieta. Desaparece el miedo, la culpa y la apatía de vivir en lejanía. En cada rincón, las gentes vuelven a conversar, arrullando la tarde con café y una sopaipilla caliente. Es maravilloso ver la tradición, respetando al peregrino y admirando al danzante con sus máscaras y coloridos trajes. No sé, si todos bailan por fe, pero el sentido de la unión se respira al rededor. Y en medio de una sociedad líquida gobernada por la oferta y la demanda, aquí en este terruño, la amabilidad comienza a florecer. Cuando descendí del transfer muy cerca de la cruz del calvario, algo distinto estaba sucediendo que me devolvió el alma al cuerpo. Las personas abandonaban sus celulares para comunicarse, rezar, bailar, seguir a los bailes y jugar con un diablo suelto. Me dediqué a mirar los bailes, recorrer las calles y hechizarme por un violín solitario en medio del bronce y las voces de los comerciantes. Pareciera haber retrocedido al Iquique de antaño, cuando nos conocíamos por el apellido o simpatía. La pandemia no destruyó este vínculo afectivo a pesar de la globalización agresiva de los medios. Que hermoso reencontrarse con los amigos de juventud y abrazarnos como si fuese ayer . Que afortunada me siento, no haber perdido la capacidad de asombro y buscar en mi camino el cariño de la Reina del Tamarugal.
Sonia Pereira Torrico