Salgo a caminar, por la cintura cósmica del sur, piso en la región, más vegetal del viento y de la luz. Hermoso reencuentro con amigas, a una la conocí de niña y a la otra de toda la vida. Creí desconocer sus rostros, porque los vuelos de la niña herida me alejaron de mi tierra querida. El reencuentro fue maravilloso, mágico, nos debíamos abrazarnos y sentipensarnos. Ese transcurrir de energía bonita se ha ido replicando con los acordes de una guitarra de Santa Lucía en plena plaza Prat del alma mía. También caminando por la orilla de Cavancha, oh que intenso fluir de emociones, cerré los ojos y por mis oídos, llegaron los grillos con nuevas canciones. El vendedor de cuchufli barquillo, el vendedor de helados y el grito de un Berlín con crema pastelera , son mis favoritos para endulzar la sal de mis labios partidos. El contacto con la arena, cubría la desnudez de la planta de los pies , el mar oscilaba con mi cuerpo fecundo , buscando algún sentimiento seguro, sabrá el sabio del océano que mi corazón resplandece al flotar por la alfombra marina, sabrá que atrapando con mis dedos los destellos de un sol inquieto, florece el jardín de mis recuerdos.
Bailo con la sinfonía de caracoles, conchitas y estrellitas de occidente, me sumerjo para seguir bailando con la tontera, buscando el rostro de mi abuela para tomar el lonche con palito de canela. No quiero irme, lo exijo a un chinchinero ser cómplice de este rebelde manifiesto. Que siga el bronce retumbando en mi pecho, se me han soltado las trenzas bailando y cantando con un helado de mango. No puedo desviar el camino virgencita mía, sin contarte que mi corazón está brincando de la alegría.
Sabes madrecita, he declamado mi poesía, leído mis viejas cartas a los niños del glorioso y eso les ha encantado de gozo. Hicimos un ejercicio práctico, muy parecido a la caligrafía de antaño, con un lápiz gráfito y un cuaderno en mano. Aprendimos a escribir, pero sobretodo aprendimos a dejar que el corazoncito hablara sin miedo a que lo ridiculizaran. Les hablé bajito como un pajarito, rugiendo como un león también, como si fuese una obra de teatro, donde los buenos salen ganando. Me sentí una niña, jugando con sus mejores amigos del barrio. Me conecté con la inocencia, y el dolor de algunos, a sus tempranos años. Saben, entendieron que escribir no es solamente expresar una quimera, sino desempolvar los secretos que guarda el cajón del sastre. Mientras me estaba despidiendo de cada uno de ellos, uno me preguntó, cuál era mi sueño. Le respondí, escribir con alas propias, posar mágicamente por el cielo, donde habitan las sombras y luces del crisol iquiqueño.
Sonia Pereira Torrico
