Día a día las empresas enfrentan riesgos a merced del fraude, flagelo mundial que se ha transformando en un fenómeno de mutación permanente, dada su capacidad de adaptación a toda clase de sistemas de control y cuyo lamentable progreso se ha vinculado al arrasador avance informático y tecnológico.
El más reciente botón de muestra es el Banco de Chile que se ha visto involucrado en un ataque cibernético, con una pérdida de 10 millones de dólares.
El fraude es dinámico, por lo tanto los sistemas de control deben estar en permanente alerta. El peor escenario es que éstos permanezcan invariables por cuanto la eficacia de los controles se reduce considerablemente y abre los espacios a este invitado peligroso y agresivo.
La seguridad informática, que es el proceso de prevenir y detectar el uso no autorizado de un sistema informático, implica proteger contra intrusos el uso de nuestros datos con intenciones maliciosas de obtener ganancias, incluso, previendo la posibilidad de acceder a ellos por accidente. Pero esto requiere de la aplicación de medidas de contingencia, que en algunos casos dependen de servicios prestados por terceros e implican un aumento de gastos que afectan las utilidades de las empresas.
Dado estas prácticas fraudulentas, y para minimizar el riesgo, se requiere que las empresas cuenten con un departamento de auditoria interna que preste un servicio de asistencia constructiva a la administración. Ello mejorará la conducción de las operaciones y dará un cumplimiento más eficaz a sus objetivos institucionales y al resguardo patrimonial de sus clientes.
